CAMPOS DE SEPTIEMBRE
Se conocen las cosas porque se ha formado parte de ellas y ellas han
formado parte de uno.
(A. Rupérez)
Es frío el encinar, junio lejano
sobre el caudal sonoro del silencio.
Siempre amé estos rastrojos amarillos
donde suenan ausencias como espigas.
Siempre amé estos barbechos soñolientos
abrasados de luz y amapolía,
rendición del trigal decapitado,
firme y lento anticipo del otoño.
El lento cangilón grita más fuerte,
se afana por tocar con sus gemidos
la soledad abrupta de los cerros,
el cansancio abismal de las estrellas
que nunca más veremos, bien lo sabes,
más allá de los sueños abdicados.
Y no escucho vibrar la trasparencia
que en lo más alto es filo de la luz.
Escucho, sí, el llanto de la lluvia
oscura en las raíces de la tierra,
en un hondo lamento que conozco.
Enfrente del arroyo, los almendros
ofreciendo su vuelo de ala blanca,
dejándose matar en cada fruto.
Como en ellos, el tiempo de mi vida
sucede en la sazón de los olvidos,
aferrado al peciolo de septiembre,
mostrando mi esqueleto de cal parda,
mi entera pertenencia a estos canchales
que huelen a niñez y cielos claros.
Podría ser la luz de Piedras Albas
llenando la orfandad de los vencejos.
LA CASA
Pasa por nuestra casa alguna vez,
dedica un recuerdo al tiempo cuando estábamos todavía todos.
Pero no te entretengas demasiado.
(Mario Luci)
Soy Rodríguez desde una madrugada
del Cáceres pardal de los cuarenta.
Dos sábanas de tela cenicienta
redenta en alcanfor y repasada
abrigaron mi carne amoratada,
palpitante humedad por donde alienta
la sangre su ambición de vuelo, cuenta
primera de una luz hacia la nada.
Sesenta años después, cuando repasa
la vida los contornos del olvido,
disfrazado de mí, de tanto huido,
me quemo en la corteza de mi brasa.
El tiempo ha sido tiempo, y ha cumplido.
La casa ya no está. Yo soy la casa.
EL VIAJE
Yo sé que la memoria tiene nieve.
Allí distingo milenios de esfuerzo
reiterando cavernas y altiplanos,
infinitas pisadas en zigzag
al encuentro del Tiempo, ese ladrón
disfrazado de máscaras y rostros
que miente en el oído latitudes
donde habita el tatuaje de lo eterno.
Los pasos se suceden como surcos,
como desfiles de procesionarias
que el silencio de la nieve ilumina.
Son las horas profundas de la noche
y el destino pesa en el corazón.
Porque entonces la vida es sólo niebla,
honda duda entre miedos y silencios
que se pierde en el pulso y chapotea
brazadas impotentes, como larvas
en un charco de agua turbia
donde acecha lo incierto del abismo.
Es tan larga la noche de los tiempos,
el frío de los siglos, las estrellas
vacilantes encima de los hombres
que se doblan heridos por su aliento;
tan ajado el pellejo de los sueños,
que lo vamos mudando como sapos
que respiran del barro la penumbra
en su espalda cargada como un llanto.
Así nos sucedemos, largo viaje
reptando soledades bajo el cielo,
apurando el taller de las edades;
solar del universo peregrino,
trecho a trecho,
cumbre a cumbre,
dios a dios,
voz del mundo
el eco de apagados plenilunios.
Suma soy de mis rostros anteriores.