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Pablo Jiménez

EL JARDÍN DE ATRÁS
(Antonio López, 1969) Marzo: la luz dudosa,
el aire adormecido y la mirada presa
en un frutal de flor madrugadora,
ceniciento el terrazgo
y sus elementales esqueletos
en el hondo silencio de la espera...
¿Amanece? ¿Anochece?
Extramuros, el cielo
lila y gris acapara
la escasa luz que alienta en lo que vemos
y la acumula
en la chopera que verdece. Todo
dormita en la inminencia
de una primaveral metamorfosis. Bien, admirable Antonio;
pintado está por ti lo eterno del instante
y cuanto en él concluye: la finita
mirada en que nos vemos sin sabernos
tú y yo —razón de ser de lo acabado—.
Como supervivientes persuadidos
de nuestra propia muerte deberíamos
sacar un par de sillas
a este jardín de atrás y junto al muro
sentarnos a mirar lo que tus ojos vieron,
derivar las palabras que debieron decirse
pero faltó el valor y pronunciarlas
ahora, entre dos luces, tú y yo, desconociéndonos. Hablemos, por ejemplo, de la música.
Los pájaros, el tiempo
del trino, la memoria donde habita
la música... ¿Qué sabes más libre que la música?
No es materia ni vínculo,
con ella ni se escribe ni se pinta,
es abstracción, como lo amado al límite.
¿Física? ¿Metafísica? La música
en sí propia reside
y alberga su contrario más sentido y recóndito:
el silencio, que nunca está callado.
De ese hontanar procede, en él se vive,
de su alfaguara crece y desarrolla
su caudaloso discurrir y en él
finalmente reposa y se diluye.
¿Por qué, dime, el silencio en cuanto pintas?
¿Es porque amas la música? Los pájaros
del niño que asolaste ¿dónde trinan?
¿En qué rama de qué árbol
de qué cuadro te anidan y persisten?
¿Por cuáles alas
transita ese pintor que te recorre
en la encendida noche de tus ojos? Yo soy el ciego
espectador que mira y no comprende
y se refugia en las palabras. Tú,
con no menor ceguera, manipulas
la luz de tu mirada y la traicionas
en la especulación de las texturas
y el artificio de color.
Mas, como el arte es largo,
la vida en él acaba acomodándose. Y así, sin hacer ruido,
ni sinceros ni libres, recorremos
nuestro jardín de atrás hasta el momento
del crudo despertar y ¡zas!: los diosecillos
que fuimos se desinflan y un paisaje
sobreviene y nos toma y nos ubica
en el pais remoto de las alas
cuando pasó ya el tiempo de volar. Los pájaros que fuimos...
Un buen día
el agua torna al agua, el tiempo al tiempo,
el pintor al pintor y el poeta al abismo.
Al menos el color es asidero,
cercana calidez, caleidoscopio
de luciérnagas y fugacidades,
brillos en fin para la soledad.
Pero ¿qué es la palabra
sino figuración,
mentira,
piedra contra el vencido,
tronodelpoderoso,
condena del que nace condenado?
Y en su mejor versión, orfebre de los sueños,
¿qué palabra no labra su infortunio 
después de pronunciada,
agua llovida que un regato lleva
a la orfandad de los significados? Marzo: la luz dudosa,
el aire adormecido,
las mimosas del tiempo con su flor amarilla
que no pintaste pero están ahí...
¡Ah, qué inútil,
pintor de solitarias plenitudes,
ir desvelando enigmas
como quien abre puertas a la luz!
Sellada claridad y ancilar mano
urdirán tu ceguera y tu pintura
mientras detrás del alto
tapial de tu jardín la primavera
despereza sus ritos ancestrales. ¿La música, los pájaros?...
Tenemos
los dos la edad precisa para saber que no hay
otro jardín de atrás sino el que sigue
labrando la memoria. (de FIGURACIONES (cuadros de una exposición).

 

ULISES NO


Tras largo caminar
sin qué ni para qué, llegar a casa
y no llegar a puerto.
Ver
el pasillo en penumbra y sospechar
apariciones.
Afilar la vista
memorizando nombres,
saber los libros sin mirarlos.
Nunca
reir, apenas
leer. Y releer, releer siempre.
Desaprender los besos.
Apostatar de la literatura
como de religión.
Arrepentirme
de cegar devorando palimpsestos
y mágicos realismos del allende:
pornografías
de alquimia literaria donde reina el bostezo.
Abominar de los poetas,
insufrible legión que desconoce
la urdimbre del silencio y, necia, abunda como
bajo el mantillo del pinar los mízcalos.
Y bendecir a los piadosos dioses
por el seno materno Garcilaso
que atesora el sosiego y la palabra. Mis manos,
mis manos y las nubes. El alféizar
se acomoda al hastío y la mirada
vaga neutra esta tarde de mayo. El chaparrón
se anuncia y el ozono
perfuma y sustantiva la inminencia.
Hijas del aire y nosequé del vértigo,
urden las nubes sueños y desvelan
perfiles y retablos. El espacio que ocupo
me ocupa y encadena. Ni ventanas
ni puertas: el espacio —extraño fruto
que no fue flor y ya es maduro y nunca
deja de madurar y no se pudre—.
Alzo las manos a las nubes. Caben,
terribles, en mis manos que gobiernan
ahora la borrasca. ¿Son mis manos? Dejar a medias un poema inhóspito.
Acogerse al sofá. Cerrar los ojos.
Poner la nave al pairo y no pensar.
Desanidar nostalgias y penélopes.
Y destensar el arco. Y no mover un dedo.
Y que los pretendientes especulen
si el velo, si el ausente, si la mentida troya…
Toda vuelta es envés, mendaz todo retorno,
todo regreso en vano. El tiempo sabe
hacer bien su trabajo. Sólo importa
dormir. ¡Arriad las velas! Singladura
ajena a nuestro brazo ha de ser ésta
porque sólo el azar
conducirá la nave y nuestras almas
al puerto que le cuadre. Y dondequiera
que rinda su viaje la aventura
Ítaca allí será y allí la patria. Las nubes,
las negras nubes y mis manos. Caen
espaciadas y densas las primeras
gotas de lluvia.
Uno mis manos y las palmas suman
su calidez,
la misma calidez con que retuve
la mano de mi madre mientras iba
sorbiéndole la muerte
el desmayado aliento aquella noche
sofocante de agosto.
Huele la lluvia y me disuelvo en ella
y su aroma a mis labios se adhiere como un beso. Mirar cómo oscurece.
Acechar cualquier voz en lo negro. Sentirse
inocente de olvidos y memorias.
Y abandonarse
a las inciertas aguas de los ojos cerrados
navegando por no surcados mares
—antes y después náufrago— para, después de todo,
volver y no volver a la casa vacía
decidido a morir, a salvo ya
de estúpidos temores. (de DEDUCIDA MATERIA)

PASA LA CAMARERA

Pasa la camarera,
breve y alada. Viene, va, recuenta
clientes, veladores,
memoriza pedidos. Hace
resbalar a su paso pensamientos, miradas.
Pone a danzar su pelo
al son del artificio de un ingrávido andar
que del pie a la cabeza la deifica y ondula;
su pelo: agavillado
y cautivo en su cinta de seda azul celeste
con tierno y exquisito desaliño.
Es inocente
como el pecado. Ahora
se detiene al extremo de la barra,
susurra al barman, ríen
tan próximos, desata
un huracán desde sus ojos únicos
que, sin mirarnos, nos anegan. Podría
derramarse la sombra con sus cristales últimos
sobre el vencido que en su mesa expira
de fiebre y de deseo;
podría
un cuchillo de fuego laminar
su corazón deshabitado;
podría
una gota de lluvia viniendo de esos labios
arrastrarle a qué mar.
¡Oh, naufragio, recíbeme,
apágame en tu cielo submarino,
sé mi broche de oro! No hay vilano
más leve que su cuerpo en esta tarde fría
ni sed más perentoria que mi sed.
Podría
morir sin más
sobre la taza de café,
expirar en la nieve de este mármol fingido,
en la embriaguez del vino que brota de sus ojos,
muchacha resplandor que vendrá, si la llamo,
que no vendrá por mucho que la llame.
Podría
matarme, si quisiera, con un gesto, con algo
así como un suspiro. De hecho
me está matando así, sin nada,
sin siquiera saber que está matándome,
que me acabo de ganas de licuarme
en la médula ígnea del volcán que gobierna. Ahora la mariposa, aleteando,
se desvanece tras el mostrador,
tras su coleta azul con su cinta de música.
Queda suspenso el bar como en una instantánea
y cae uno en la cuenta de que llegó la noche.
El solitario sabe que es momento
de hacer recuento de sus estadías,
de sus inútiles retornos,
sabe que tiene que pedir perdón
por todo, por haber vivido, por
haber sobrevivido, por su nombre
malgastado, por carecer de gracia. El sustituto de la camarera
sale ahora de dónde atándose el mandil
y presto a las demandas. Tan solícito.
Pero qué importan ya
la tarde y lo soñado.
Ella no volverá. Y aunque volviese.
¿Vuelve el tiempo del fuego,
el azar de abrasarse, la fiebre de vivir
hasta la extenuación de los confines?
Nunca. La boca que nos nombra sorbe
los regueros del éxtasis, amarra
los pies amantes con olvido y cepo. Que venga el mozo ya,
que retire mi taza y mi cadáver
mientras, conmigo a cuestas, me devuelvo
a la materna loba de la noche,
en busca de otro bar y otro espejismo
donde mentir que vivo todavía.
(de CÍRCULOS)

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