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Juana Vázquez

POR NO OIR A LOS PAJAROS
AL fin de toda búsqueda,
he vuelto al desamparo,
en mi boca el lamento
de los desheredados.
Quise buscar la música
misteriosa del mar,
sin escuchar primero
los trinos de los pájaros,
no supe de medida,
de límite, ni estado.
Convocando a la voz que poderosa auna
a todos los contrarios,
que enlaza luz y sombra,
dejé atrás la hierba,
el monte y el collado,
sin escuchar siquiera
los trinos de los pájaros.
Y profané el espacio
del misterioso mar,
buscando los acordes
de la invisible mano,
más todo fue silencio en mis poemas,
calló la música y nada me fue dado.
Pero dispuesta a todo límite,
hollé de nuevo
el reino de la luz y los presagios,
y dirigí mi voz, mi grito mutilado,
hacia los acordes lejanos de la luna,
sin escuchar primero
los trinos de los pájaros.
Mas no hallé señal alguna,
ni percibí otro canto,
que el murmullo de esta música hueca,
que suena en la región de los desheredados.
Y fui vencida por los dioses
y mi orgullo doblegado,
por profanar con mis pobre poemas
el reino de lo vedado.
Recogeré mi voz y escucharé a los pájaros. En  el Confín del nombre (Huerga y Fierro) 1998.
Nunca amanecía
anochecida me besaba la luna
para que no despertara de los sueños.
Fueron años de alegrías y descalabros
la música inundaba todo
y mi cama se movía entre el ocaso
como un fragmento de alba rota.
Nunca amanecía
las sandalias siempre estaban nuevas
jamás perdían su tersura ni se eclipsaba su brillo
mi mesa siempre estaba puesta
y los sirvientes permanecían inmóviles
con la sopera a medio abrir
los ojos soñolientos y los delantales blancos.
Un día quise conocer las flores que se abren con el sol
y se crucificaron sus pétalos
anochecidos con las estrellas.
Deambulé  por todos los lugares de mi pueblo
atravesé desorientada el tiempo
soñé y desoñé de la vida a la nada
y sólo oí el ladrar de perros, los gemidos de la noche
y las canciones de los poetas.
Tuve la sensación de que me llamaba el azul del mar
pero la luz ciega lo había pintado de negro
y había  dispersado fantasmas entre sus aguas.
Las horas marcaban en los relojes al revés
el portero reposaba su cabeza entre las hojas del calendario
y las orugas encendían plegarias como las luciérnagas.
Nunca amanecía
los sueños me eran fieles en la vida
y consiguieron que viviera unos cuantos años
abrazada a la realidad de las madrugadas.
Y ahora que soy tiempo que me he acostumbrado a los sueños
se me representan los espejos torcidos de la vida
y me piden que sea yo... Si nunca fui más que un sueño
¿Qué puedo hacer ahora en la tierra?
Seguro que ni sabré ir a comprar una hogaza de pan para comer.
Por eso pido al dios de los sueños
que no me expulse del país de la luna
quiero seguir anochecida
aunque nunca vea como se abren los pétalos de las flores
ni como se dispersa el rocío de la mañana. Gramática de Luna (Huerga y Fierro) 2006.
Yo que pequeña y débil me agarré al poema
por andar medio tísica
y con dolor de sombras.
Por tener el pecho lleno de cristales
el cuerpo anillado de  miedos y melancolía
y las tijeras abiertas en los ojos.

Yo que quise crecer con el poema
para echar en él
las  heridas de mis sueños.
Hoy rebasado  los cincuenta
me encuentro con que hablo de dientes para dentro
de que desnudarme me da vergüenza
de que un pudor juvenil absurdo estúpido
me agarra la garganta cuando escribo.
De que no me sirve para el sol ciego
que redobla a penumbra
en los laberintos de mi cabeza
esta poesía de encaje que hago.

Yo necesito en esta melancolía
vestir de luto quemar romero
y no hacer poemas cantautores
para estrenar en días de fiestas
con música y tacones. El Incendio de las horas (Huerga y Fierrro) 2015.

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