Volver a encontrase con R. Rufino Félix constituye siempre una experiencia conmovedora. La hemos sentido, una vez más, en su entrega última (él dice: final, lo que yo ni creo, ni deseo), justamente titulada Reencuentro.
Hijo predilecto de la ciudad de Mérida (n. 1929), presenta una doble singularidad. Es un excelente “poeta tardío”: su primera obra, Tarde cerrada, apareció el año 1989, un largo lustro después de que yo publicase Literatura en Extremadura. Y es escritor que con cada poemario ha ido superándose. Todos sabemos que el género lírico suele ser producto de juventud. Y que puede agotarse, induciendo a los autores hacia otros campos, si no es al silencio absoluto, o francamente empeorando lo que más joven hiciesen. Por fortuna, no es el caso.
Pertenece R. Rufino Félix a la primera generación poética de la posguerra, la de los años cincuenta, que tan espléndidos frutos diese en nuestra Región. Estudiante de bachillerato en Mérida, recibió las enseñanzas de Alonso Zamora Vicente, sin duda el más agudo estudioso de las hablas próximas a la hoy capital y de quien pudo aprender esa pasión por el lenguaje que siempre lo caracterizará. Marcha luego a hacer peritaje en Madrid, donde fue asiduo a las tertulias capitalinas más recordadas. Reconoce su temprana inspiración en Machado, gracias a Galerías, soledades y otros poemas, una edición de 1907 que se compró en el Rastro. Al gran D. Antonio sumará después el fervor por los versos de su hermano Manuel, Ezra Pound, Luis Cernuda, Aleixandre, Neruda y Leopoldo Panero.
Vuelto a Mérida, forma allí parte de otras Tertulias, desde la memorable en que se engendró la Revista poética Olalla, hasta la bien reciente “Gallos quiebran albores”. Combinará sus labores pro pane lucrando, anexas al mundo del automóvil, con colaboraciones en diferentes medios y, sobre todo, muchas horas de lectura y reflexión, música y cine. De ahí la sólida formación que, tal vez como de pasado deslizada, los lectores perciben en su escritura.
El Ayuntamiento de Mérida recogió el año 2003 la producción lírica de nuestro poeta en un volumen que llevaba estudio preliminar y notas explicativas del Dr. López-Arza. Como Rafael Rufino no ceja en sus labores creadoras, aquellas Obras Completas quedaron pronto superadas. Se anuncia ya una nueva edición
Tres campos semánticos se perciben en su poesía: el mar, el tiempo y el amor. Son recurrentes también en Reencuentro. “El tiempo” introduce al agente de la pérdida del esplendor, al dueño de nuestra vida, la sustancia misma del ser, porque “sí, solo somos tiempo: principio y extinción”. Recrea uno de los temas clásicos, “tempus fugit”, intensificando su amargura existencial: “El tiempo es nuestro dueño,/y nos saca y nos hunde para siempre en la nada. Sombras del paraíso”.
Suscribo lo que proclamase el profesor Francisco López-Arza: “La poesía de Rufino Félix despende una emoción pocas veces conseguida en la lírica actual. Su verso brilla a la altura de la mejor poesía de nuestro tiempo y asegura la permanencia de su autor como uno de los principales poetas de su generación. Es, indudablemente, un poeta de culto”.
Cabe matizar: culto…pero al alcance de cualquier lector. Porque la enorme altura poética de R.R. no se funda en un lenguaje extraño al uso común, sino al sapientísimo y armónico, musical e incluso deslumbrador manejo del lenguaje cotidiano. Y eso tanto si utiliza las formas métricas clásicas – desde los sonetos a las coplas -, como si liberándose de la rima, se decide, más cada vez, por los versos blancos y libres. De todo lo cual existen o ejemplos en esta obra última, entregada como edición no venal. El libro se estructura en dos partes bien diferenciadas. Una primera, nuclear, perfectamente unitaria; la segunda, significativamente intitulada “miscelánea”, con poemas tal vez inconexos entre sí, pero con varios de los más bellos del libro
Lleva el autor bastante haciéndonos creer que escribe con la misma actitud que aquel abril de 1616 daba a entender Cervantes en la dedicatoria de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, versos que Sánchez Ferlosio confesaba le saltaban las lágrimas:
Puesto ya el pie en el estribo/con las ansias de la muerte,/gran señor; ésta te escribo.
Por fortuna, aunque él insista en hacernos creer, machadianamente, que está al partir la nave que nunca ha de tornar, sus numerosas despedidas han ido convirtiéndose pronto en “reencuentros”. Como paradigma de adioses últimos, nos encontramos el poema “Despedida” (pág. 48). En magnífica prosopopeya, se nos dice que el mar (de Cádiz, claro, símbolo de lo que ha querido más) llega a su propio dormitorio para retirarse tras el saludo definitivo-
Sabe, según nos dice poéticamente en la entradilla, que “non omnis moriar”, como cantase un Horacio recreado por Unamuno en famoso soneto. Quienes vengan detrás, podrán reencontrarse en la escritura con este poeta formidable, emotivo, profundo y autoexigente. También él va reencontrándose aquí – véanse los poemas a ellos dedicados - con las figuras del padre, la madre, la Mérida donde vivió una infancia tan feliz, las salinas y esteros gaditanos, y, sobre todo, la gran mujer junto a la que ha vivido casi desde la ferviente juventud y que aún le desata los pulsos. La nombraré yo, pues él, que le dedica varios poemas conmovedores, silencia su nombre: Pilar, que siempre lo acompañó. M.P.L.