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5-4-2011

La Iglesia de Inglaterra planeaba subastar las piezas para reformar su sede de Auckland

Un millonario británico, Johnatan Ruffer, ha adquirido a la Iglesia Anglicana doce cuadros de Francisco de Zurbarán por unos 15 millones de libras (17 millones de euros) e inmediatamente los donó para la construcción de un centro cultural. Las obras maestras pertenecen a la serie de «Jacob y sus hijos», que se encuentran desde 1756 en el Castillo de Auckland, residencia oficial del Obispo de Durham, al noreste de Inglaterra. Ruffer, un cristiano evangelista con una fortuna estimada en más de 100 millones de euros, se crió en Durham y al enterarse de que la Iglesia tenía previsto vender los cuadros para financiar las reformas del Castillo, decidió adquirirlos para evitar que terminaran en el extranjero.

La posible subasta de los cuadros se convirtió en una causa nacional en el mundillo del arte y en la zona del noreste del país. Más de tres mil personas firmaron una petición exigiendo que se prohibiera la venta, hubo artículos en revistas especializadas y en la prensa nacional y local y hasta el secretario de Cultura, Jeremy Hunt, intervino en la polémica la semana pasada con una exhortación a la Comisión Artística de la Iglesia para que garantizara que los cuadros pudieran seguir siendo vistos por el público británico.

Como buen hombre de negocios, Ruffer pensó primero en términos comerciales, un bien que se añadiría a su colección y que podría disfrutar en la privacidad de su hogar. «Pero me di cuenta que podía hacer algo mucho mejor», señaló. En medio de las negociaciones en curso entre la Iglesia, el ayuntamiento de Durham County y la Fundación Nacional para transformar al castillo en patrimonio cultural, galería de arte y centro de atracción turística, la adquisición era una manera de apuntalar ese proyecto otorgando dinero y valor artístico al futuro museo.

Zurbarán completó los doce cuadros entre 1640 y 1645. El obispo Richard Trevor los adquirió en 1756 por 124 libras esterlinas.

Fuente: ABC
MARCELO JUSTO / LONDRES / 05/04/2011


 

24-4-2011

DICE de él José Miguel de Mayoralgo y Lodo, conde de los Acevedos, presidente del Instituto de Estudios Heráldicos y Genealógicos de Extremadura: «El escudo en cuestión es el más monumental de todos los existentes en Cáceres, a pesar de ser de los más recientes, y probablemente desde el siglo XVII no se ha labrado en toda Extremadura una pieza tan notable como esa. Fue diseñada por el gran escultor Enrique Pérez Comendador y ejecutada por expertos canteros. Es todo él de granito, consta de siete piezas, medía 2,50 metros de alto, por 2,40 de ancho y 80 centímetros de fondo, y pesa 12.000 kilos. Eso explica las grandes dificultades que han tenido para retirarlo».
Se mueven los cimientos de la nación que fuimos. La inquina chirría con el cincel para el derribo y mueren los símbolos, no por la carga del tiempo sino por el odio de la piqueta. La reconciliación no estaba sellada y el lacre del 78 era postizo, y el pacto agua sucia que ha corrido disfrazándolo todo y sin respetar juramento. España cruje pero no muge porque está adormecida por las conveniencias de los gestores de una opinión pública mayoritariamente puesta en nomina. El ingenio hispano se disuelve fagocitado por la política y mucho bueno va al desguace. El genio creador no se sostiene ya por lo que fue en sí mismo porque, entre otras cosas, se le pone sombra al arte para atacar el recuerdo. Todo se esquilma sin remedio, por la nueva invasión de los bárbaros. No hay ley oportuna si sirve para esquilmar el arte. No comprendemos qué clase de fetichismo iconoclasta nos ha enfermado para no distinguir entre la excelencia y lo burdo. No se reconoce el primor de las grandes obras, que por sí mismas valen más que lo que significaron; la burricie no sabe de banderas blancas ni de solemnidades y respetos obligados. Pareciera una guerra en la paz, avivando la saña en un ajuste de cuentas que no se frena ante las fronteras de la maestría. El oficio creativo de los genios no se hizo para tirotear desde trinchera alguna. Me duele que los nombres propios que honramos, sean ahora removidos por sus obras en sus tumbas. Los honores de antaño se percuden, creyendo que con ello se repara alguna herida. Si ese hubiera sido el actuar de nuestros antepasados, hoy tendríamos solo páramos y desiertos donde dialogar sobre la indigencia que nos hemos acarreado. El robledal de Corpes habría ardido sin reparar honra, y los jardines de la Granja habrían secado sus veneros. Ya no habría toros de Guisando y La Marcha Triunfal de Rubén Darío estaría prohibida. No tendríamos El Escorial. San Lorenzo habría caído del calendario y Lepanto no se recordaría como «la más alta ocasión que vieron lo siglos», sino que vendría a ser vocablo desconocido en el diccionario de las hazañas.
En estas contiendas del pensamiento honesto los intelectuales son apenas bustos expectantes y solo de cuando en cuando levan una bandera de letras, aunque ya saben, antes de izarla, que serán degolladas sus razones aunque las leyes les asistan.
Ya la justicia no es ciega. Ya la carga de la prueba está contra los que piensan y no se alistan en ese bando. Un bando y otro bando ¡qué pena! una nación de banderías, eso es lo que queda después de tantos intentos de reconciliación. Tenemos los periódicos llenos de calaveras, de tibias retorcidas e ignoradas y el 'huesario' del Valle de los Caídos, con los brazos abiertos, se ve como una ofensa y se incita a los pirómanos, a las excavadoras y a la dinamita para que la emprendan contra Cuelgamuros. ¿Qué sacamos matando el arte? Es lícito recuperar al fallecido y honrar la memoria de aquellos muertos a manos de brutos de un lado y otro, pero hagámoslo con toda la memoria histórica puesta en razón para que no exterminemos lo bueno de los días pretéritos con fantasmas enfundados de guadañas para ajustar cuentas. Los españoles de hoy viven una historia emborrachada de inquina. No es cuestión de ideología sino de desvarío. Felipe González, desde la izquierda más seria, afirmó que había que haber tirado del caballo a Franco cuando estaba vivo, pero que para derribar estatuas de piedra vale cualquiera porque solo es un brindis para los forofos. Y lo dijo en El País, y a Juan Luis Cebrián. Pero la cuestión no es ya el asunto Franco, que bien muerto está, tan muerto que ni Garzón ha podido procesarlo. La cuestión es de identidad. Queremos destruir lo que somos, queremos acabar con una parte de nuestra biografía sin darnos cuenta de que el cuerpo de la historia no está hecho al modo de un mecano para jugar en el patio de la escuela. La historia es toda, y hay que asumirla, sin saña y con razón. Hay que asimilarla con patriotismo sin complejos, para creer que entre errores y aciertos, entre números azules y rojos, el balance sea una historia común por la que ha merecido la pena llegar hasta aquí.
Hoy, las razones jurídicas y las razones históricas esgrimidas por los juristas e historiadores para salvar una hermosa piedra armera, son vistas como señales de humo defensivo y numantino por los resentidos. Ante tamañas interpretaciones solo queda anotar la historia para que aguante más allá de la memoria, y pueda algún día un hombre libre escribirla, sin coacciones y sin complejos. Y pueda contar la realidad de una época turbia donde no poco se va engendrando entre la ignorancia y el odio con el propósito de eliminar algo tan grande como la verdad. Si no lo remediamos, en el útero de España crecerá un zombi y el parto del mañana es incierto porque el monstruo tal vez quiera emular o superar la genética trastornada de quienes lo engendraron.
Hay que ir otra vez a rescatar el sepulcro de don Quijote como proponía Unamuno porque, por no saber, ya no sabemos quiénes somos.
Todavía a algunos nos queda la esperanza para que triunfe la inteligencia y veamos a «España camisa blanca que es mi esperanza» como el lugar de encuentro. Sí, todavía es posible, como escribiría con nosotros, si viviera, Manuel Pacheco.

FELICIANO CORREA


 

27-4-2011

Natural de Granada, en cuya Universidad ejerció como profesor de Portugués, M. Martínez (+ 2007) se doctoró (1974) con la tesis "El enclave de Olivenza, su historia y su habla: estudio histórico-etnográfico y lingüístico de la Olivenza portuguesa", estudio que permaneció inédito. De ahí nace esta obra, cuya edición ha cuidado el siempre fiable Luis Alfonso Limpo. Académico correspondiente de la Real de Extremadura, el editor ha seleccionado los contenidos relacionados con la toponimia oliventina, adjuntando en notas a pie de página las nuevas aportaciones que sobre el tema han ido apareciendo en los lustros últimos. El autor tuvo muy?en cuenta las raíces críticas, árabes y francesas (de los caballeros Templarios) existentes en el romance luso.

Martínez Martínez Manuel, "Por los campos de OIivenza". Badajoz, Caja Rural de Extremadura, 2010.


 

Nos llegan críticas por la actitud de la Plataforma Cívica creada en Jerez de los Caballeros para reclamar el patrimonio artístico y documental existente en el clausurado convento de Nuestra Señora de Gracias, al ser abandonado por las monjas y llevárselo con ellas. Me decía Manuel Cáceres, fotógrafo de Badajoz, que no hay que meterse con las pobres monjas. Siempre he creído que hay que ser considerado, amante, caritativos y comprensivos con las personas, pero intransigente con ciertos errores. Y este es el caso. La Plataforma que presido, y que se ha convertido en asociación cultural, puede mostrar, por los miembros que la componen y la han promovido, un palmarés largo de buenos servicios a los fines católicos, apostólicos y de beneficencia, tanto a religiosos como con otras personas. Se está errando, seguramente más por el ímpetu solidario y la ignorancia de los hechos que por mala intención, cuando se enjuicia nuestro proceder sobre la salvaguarda artística e histórica en un enclave que desde 1434, y antes como beaterio, ha servido al culto católico. Así lo entendieron los benefactores, desde sus fundadores, la familia Martínez de Logroño y Porres de Agoncillo hasta hoy.
Cada una de las personas que allí estuvo en clausura mostró valentía, paciencia y una profunda fe en Dios. Es de alabar y lo reconocemos. Pero Jerez es un pueblo algo heterodoxo, y hay que entender que en su modo de creer no habita una obediencia mansurrona ni fetichista a la jerarquía, y, desde luego, los vecinos son celosos de lo suyo, plantándose colectivamente para que no se nos expolie el ya muy mermado patrimonio local. Puede tenerse una consideración infinita al servicio y custodia que durante generaciones muchas religiosas anónimas han prestado a la ciudad, y eso no es contradictorio con el intento de preservación para que no emigren los bienes jerezanos de los que esas religiosas eran depositarias. Ello no supone en nuestro caso la crítica a la nobilísima tarea de quienes esa vocación sienten, y sí nuestro cariño sincero a sus fines espirituales. Pero tales convicciones no nos inhabilitan para señalar lo que creemos un error y un despropósito.

Feliciano Corre. Fuente HOY


 

Gerardo Ayala

En la sesión celebrada en Trujillo el pasado sábado, y en el Palacio de Lorenzana, sede la institución, fue nombrado académico de número el arquitecto Gerardo Ayala Hernández, que sucede en el sillón al insigne pintor Jaime de Jaraíz.
El nuevo miembro es natural de Badajoz y ha sido Decano del Colegio de Arquitectos de Extremadura, como también profesor de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid.
Está en posesión de numerosos premios y distinciones por la valoración de sus emblemáticos edificios, pues en ellos ha derrochado imaginación y genialidad técnica; entre otros podemos citar al Centro de Producción de TVE, en Sevilla o el edificio del Ministerio del Interior en Madrid, la preciosa rehabilitación del Palacio de Camarena, sede del Colegio de Arquitectos, en Cáceres, o el conocido popularmente como 'El Teatro de la Expo', realizado en Sevilla en la Expo del 92. Ha sido comisario del Pabellón Español en la IX Bienal de Venecia, y su trayectoria está sembrada de obras singulares.
Ayala cultiva la pintura, y ha participado en concursos y exposiciones colectivas y bienales, así como en muestras individuales enseñadas al gran público en galerías y otras salas. El MEIAC cuelga algunos de sus trabajos, así como el Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España, entre otros.
Ganó el concurso para la nueva sede del Banco Popular en Madrid y en 2008, y obtuvo el Primer Premio para el edificio del Tribunal Supremo de Trabajo en Erfure, Alemania. Conocidísima es su Ciudad Deportiva de Las Rozas, en Madrid. Igualmente es primer premio del concurso para la ciudad de la Justicia de Cádiz y fue presidente del concurso de ideas para la rehabilitación de la casa natal de Vasco Núñez de Balboa, en Jerez de los Caballeros, recientemente inaugurada.
En la actualidad, aparte de acudir a numerosos concurso para enjuiciar trabajos arquitectónicos como jurado, imparte sus clases en la Escuela Superior de Arquitectura de la Universidad de Roma, para postgraduados.
Al ingenio de Ayala se debe el actual edificio del diario HOY, en la ciudad de Badajoz.
El recién nombrado académico es un humanista en su oficio, de tal manera que podemos decir que concibe la obra en función de su utilidad, viendo para lo que va a servir, intentando por ello lograr que los usuarios de esos recintos se sientan cómodos y no pierdan sus cualidades humanas y profesionales, sino que se sientan sosegados y en ambientes propicios y humanizados capaces de fomentar la imaginación.
Otros acuerdos
En la misma sesión se nombró secretario a Francisco Tejada Vizuete; tesorero a Javier Pizarro Gómez; y censor de la Corporación a Salvador Andrés Ordax. De este modo la Mesa de Gobierno de la Real Corporación completa las vacantes existentes. Por unanimidad de todos los académicos fue designado portavoz de la Real Academia el doctor Feliciano Correa. Hombre vinculado al periodismo y los medios de comunicación desde siempre, será la persona que traslade a la sociedad aquellos acontecimientos, noticias o asuntos de cierto interés que se vayan generando en esta institución de servicio a la sociedad extremeña.
A la misma sesión asistió por primera vez el recientemente elegido académico Joaquín Araujo Ponciano, que fue acogido con unas cálidas palabras de bienvenida por el director José Miguel Santiago Castelo.

Fuente HOY.

 

 

Félix Grande insiste: "Yo soy un aprendiz de discípulo de poeta", pero pide que no se le tome por alguien "fanáticamente modesto": "Los que somos de infantería sabemos quiénes son los capitanes -Vallejo, Machado-. También sabemos que otros ni han jurado bandera". Dice que la fatalidad es el motor de la vida y que por no asumirla "unos se hacen jefes de Estado, otros directores generales y otros, poetas". Eso, no obstante, no garantiza nada. Si la poesía no viene, no viene. Es inútil llamarla: "No basta con escribir sobre temas eternos para asegurarte la eternidad".
Grande lo dice para explicar por qué ha pasado 40 años sin escribir poesía más allá de un puñado de sonetos y versos de homenaje. En 1970 escribió Las rubáiyátas de Horacio Martín, un libro de amor encendido en la voz de un heterónimo, y lo publicó en 1978. Luego, el silencio: "No había vuelto a la poesía y pensé que sería por algo. Cuando no llegan las palabras es tal vez porque uno no se lo merece".
Todo cambió hace dos años. Durante una visita al campo de exterminio de Auschwitz, descubrió 1.950 kilos de pelo de mujer que ocupaban un mueble de 14 metros. "Cuando lo vi tuve que poner las manos en el cristal porque con los ojos no me valía", recuerda. "Había cabello rubio, moreno, pelirrojo, todo mezclado, decolorado por el paso del tiempo. De repente, me pregunté ¿de qué color es este pelo? Era un color nuevo. No había existido antes". Cuando salió de un lugar sobre el que lo había leído todo y en el que casi todo terminó sorprendiéndole, se dio cuenta de que debía responder a aquella pregunta y "dar una limosna a aquella mendicidad". El resultado de aquel impulso es La cabellera de la Shoá, un poema-libro de 1.000 versos con el que se cierra la nueva edición de su poesía reunida Biografía (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores).
Como señaló ayer en la presentación el crítico Ángel Luis Prieto de Paula, autor del impecable prólogo del volumen, Félix Grande se ha movido generacionalmente entre los poetas del cincuenta y los novísimos. De ahí la dificultad para acomodarlo en los manuales al uso. Para más inri, nunca siguió la doctrina del momento. Se dio a conocer con Las piedras, Premio Adonais en 1963, es decir, cuando declinaba el vigor de la poesía social. Grande, sin embargo, no renunció a la denuncia. Eso sí, lo hizo conciliando el compromiso en los temas con el rigor expresivo en la forma. Todo ello, además, con un claro trasfondo confesional. De ahí el título que el poeta eligió en 1971 para reunir todos sus libros, a día de hoy siete, entre ellos títulos clásicos de la segunda mitad del siglo XX como Taranto, Blanco spirituals o, sobre todo, las citadasrubáiyátas. Biografía es, en palabras de Prieto, "la poesía del hombre como decantación literaria de su vida".
Esa vida empezó en Mérida el 4 de febrero de 1937, en una casa, recuerda Grande, de la calle de la Concordia esquina calle del Calvario. Fue en plena guerra y a su madre "se le puso una palpitación que ya no la abandonó nunca": el temor de que llegara una carta anunciando que su padre había muerto defendiendo la República. Pasó la guerra pero no el temor, que no se materializó pero devolvió a la familia al pueblo de los padres, Tomelloso. Allí trabajó el poeta como oficinista en un almacén, carpintero, trillador, tendero, "cuidador de tres vacas", recitador en los casinos, pastor de cabras y guitarrista flamenco. Iba para músico hasta que, en sus propias palabras, llegó Paco de Lucía y le dio una patada "a dos o tres mil guitarristas". A él lo convirtió en estudioso del flamenco, alguien que se sabe de memoria decenas de coplas como esta: "En la torre está el reloj / el mochuelo, en el olivo / en mi corazón, la pena: / cada cosa está en su sitio".
Félix Grande la elige para subrayar lo que el dolor tiene de impulso. De ahí que él resuma su obra en dos parejas de palabras: indignación y piedad, cólera y compasión. Y otra más: madre y espanto. "Me encontré con las palabras. Dios las bendiga. Me salvaron la vida. Me ayudaron a sobrellevar la vida y a entender a una madre que amenazaba con tirarse al pozo o con colgarse de un árbol", dice. "Luego me encontré con una mujer. También me salvó la vida", añade refiriéndose a su esposa, la poetisa Francisca Aguirre.
Félix Grande, que en 2004 recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas al conjunto de su obra, ha cultivado todos los géneros sin dejarse limitar por su supuesta pureza. Ahí están títulos como Memoria del flamenco, La balada del abuelo Palancaso La calumnia, esta última una defensa de su maestro Luis Rosales -al que sucedió en la dirección de la revista Cuadernos Hispanoamericanos- frente a la acusación de haber delatado a Lorca.
Grande no ha parado en todo este tiempo, pero la poesía, dice, es otra cosa: "Es un estado de gracia, no un género literario. Necesita una disposición especial, una mezcla de inocencia y coraje". A él esa disposición le "volvió" en Auschwitz. ¿No le paralizó saber todo lo que habían escrito las propias víctimas? "Auschwitz supuso tal nivel de regresión humana -mezcla de comportamiento prehistórico y muerte industrial- que un intelectual de nuestro tiempo tiene la obligación de enfrentarse a un hecho así".

Fuente: EL PAÍS.


 

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