Reseña publicada en el periódico HOY el sábado 26
Hans Küng ha sido con toda probabilidad el teólogo católico más relevante durante los últimos cincuenta años. Sin duda, ningún otro ha provocado más quebraderos e inquietudes a la jerarquía. Seguramente, tampoco nadie en este medio siglo último ha trabajado más por la reforma de su Iglesia, que, si bien le retiró la licencia para enseñar, nunca lo ha suspendido a divinis : Küng (Sursee, 1928) continúa ejerciendo como sacerdote católico, a la vez que se mantuvo en la docencia hasta jubilarse como catedrático de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga, gracias a la actitud independiente de esta institución frente a las presiones del Vaticano.
“Es pura herejía”, le escuché decir a un obispo español refiriéndose a una de las obras más célebres del helvético, La Iglesia (Barcelona, Herder, 1967), añadiendo aquel prelado que desde luego él no la había leído. “No miro a tu telescopio, que me convences”, le habría dicho a Galileo el bueno de Cremonini, culto filósofo aritotélico, opuesto al heliocentrismo, la nueva teoría astronómica que aquel propuso,. Esa suma de ignorancia, prejuicios y cerrilidad contra los avances científicos es el cóctel más odioso para Küng, causa, según él, de la lejanía en que se sitúa la Iglesia católica de la sensibilidad contemporánea… y de sus propios fundamentos. De ahí la necesaria lucha por devolverla su pureza, primitiva, depurándola de tantos elementos que no tienen explicación bíblica, sino sólo sociohistórica.
Ecclesia semper reformanda, ha sido el leimotiv del extraordinario quehacer teológico, docente, pastoral y periodístico de Hans Küng, autor de medio centenar de obras e innumerables artículos en los más renombrados medios de todo el orbe. Títulos, junto al antes citado, como ¿Infalible? Una pregunta (1970), Ser cristiano (1974), ¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo (1978), Proyecto de una ética mundial (1990), Una ética mundial para la economía y la política (1999), o La mujer en el cristianismo, (2002) todas con extraordinario éxito editorial, recogen las tesis más ardorosamente propuestas por su autor. Celibato libre para los sacerdotes; acceso de la mujer a las órdenes mayores (presbíteros y obispos); redefinición de los dogmas (especialmente los marianos y el de la infalibilidad pontificia) según las categorías filosóficas contemporáneas; espíritu ecuménico igualitario entre todas las iglesias cristianas; ejercicio colegial, no principesco, del papado; supresión de cualquier fórmula inquisitorial o métodos represivos; diálogo sin complejos con los saberes científicos; autoridad entendida como servicio a los hermanos; imprescindible depuración de la curia vaticana; posibilidad para los divorciados de acceder a la comunión; huida del boato superfluo, inclinándose a favor de los más pobres y la no condena de los métodos anticonceptivos … son las más defendidas por Küng, que tanto se esforzó por que el Vaticano II (fue el teólogo consultor más joven, junto con Ratzinger, de tan esperanzador como después casi frustrado Concilio).
En este su nueva obra pasa revista a cómo contribuyeron, o dificultaron, los siete Papas que él ha conocido el triunfo de tales tesis. Seguramente el más enemigo fue el primero de la serie, Pío XII, por quien no demuestra la menor simpatía y a quien acusa de no haber combatido decididamente contra el régimen nazi y el holocausto, entre otras duras imputaciones. Casi sólo le alaba la importancia de su encíclica Divino afflante spiritu para actualizar los estudios escriturísticos y quitar el anatema contra los partidarioss de la teoría de la evolución. Sin duda, Juan XXIII se lleva los mayores elogios (también el Papa actual, con quien cabe establecer algunos paralelismos). La sencillez y cordialidad de Roncalli, opuesto a todo despotismo; la apertura hacia todas las iglesias cristianas e incluso otras religiones, más la decisión de convocar el Vaticano II, dirigiéndolo hasta la muerte por las mejores vías, constituyen impagables contribuciones. Ni Pablo VI, por su tibieza y escrúpulos diplomáticos, ni Juan Pablo I (sólo gobernó treinta y tres días, misteriosamente fallecido) desarrollarían aquel patrimonio espiritual. Pero con quien más duro se muestra es con Juan Pablo II, a quien (sin negarle méritos en el campo social), achaca un conservadurismo teológico enorme, juzgándolo sometido al Opus Dei y empeñado en conducir a la Iglesia católica por caminos contrapuestos a las enseñanzas del Vaticano II. De Karol Wojtyla lamenta una endeble formación, exceso de teatralidad, actitudes dictatoriales ad intra (aunque defendiese la democracia ad extra), obstinación en ocultar los abusos sexuales de los clérigos y la voluntad de mantenerse en el poder hasta el último suspiro, lastimosamente sustentado, símbolo doloroso de una Institución también caduca. Con Benedicto XVI, a quien el autor ha tratado desde jóvenes, las relaciones personales vienen siendo complejas (aunque el ya papa alemán recibió amistosamente en Castelgandofo al perseguido suizo), más aún desde que aquel decidiera hacer carrera rumbo al cardenalato y presidir la Comisión para la Doctrina de la Fe (nuevo nombre de la Inquisición vaticana). El balance de este pontificado tampoco le resulta positivo. Sí su renuncia y pase a “papa emeritus”.
Hans Küng escribe con absoluta diafanidad. Su competencia académica resulta indiscutible y muchas de las cuestiones que trata las ha vivido personalmente. Educado en la cultura alemana-Suiza (más siete años de estudios en la Universidad Gregoriana de Roma) aprecia justamente las aportaciones religiosas de Reforma protestante. Polemista y hasta provocador, decidido enamorador del ecumenismo y la libertad de conciencia, la información que maneja es en verdad impresionante Trasmite un muy alto concepto de sí mismo, cosa a veces poco simpática, pero su amor y fidelidad a la Iglesia católica resultan indiscutibles.
Hans Küng, Siete Papas. Madrid, Trotta, 2017