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A expensas y en exclusiva para el Centro Extremeño de Estudios y Cooperación con Iberoamérica, que tiene la consideración de difundirlo por todos los Estados que comprenden la franja del golfo de México, hemos editado en fiel facsímile el primer dibujo de Norteamérica, realizado por el extremeño Alonso Álvarez de Pineda en 1519, custodiado en el Archivo General de Indias, y que se acompaña de un opúsculo en español e inglés a cargo del Dr. Enrique Sánchez Goyanes, patrono de la Fundación CEXECI.

Nos sentimos honrados de poder adjuntar la invitación para la presentación de este trabajo, el próximo día 16 de junio a las 18,00 h en Casa de América, en la Sala Machado de Assis.

Con el deseo de que esta iniciativa sea de su agrado, esperamos contar con su presencia.

Hace un año me enteré de que me iba a mudar a un pueblo español de 5.000 habitantes. Y después me enteré de que iba a ser la única extranjera. Lo recuerdo como si fuera ayer. Recuerdo comprobar mi email cada 10 minutos durante dos meses seguidos, esperando con impaciencia mi destino. El siguiente año de mi vida estaba por completo en las manos del gobierno español, y me parecía bien. De hecho, mejor que bien… ¿adónde me mandarían? ¿Sevilla? ¡¿Madrid?! ¡¿Barcelona?! Y entonces me llegó el email...
¡Fregenal de la ¿QUÉ?! SOCORRO. Resultados de Google: “Pueblo agrícola de 5.000 habitantes situado en la comunidad autónoma de Extremadura, España. Conocido por”... ¿su jamón? Lloré un poquito. Me cuestioné mis decisiones vitales. ¡¿En qué demonios me iba a meter?! Aquí estaba yo, una chica del área metropolitana de Nueva York. Una chica que había sido becaria en la empresa de medios de comunicación más grande de Nueva York (¡un saludo a Clear Channel!), había trabajado en el backstage de conciertos en el Madison Square Garden, había asistido a la fiesta de cumpleaños del hijo de Puff Diddy (si quieres reirte, mira el minuto 4:14 de este episodio de Super Sweet Sixteen...) y me iban a mandar a VILLAOVEJA. 8 meses después y aquí estoy, intentando no llorar mientras meto mi bol de gazpacho personalizado en la maleta, envuelvo con papel de periódico las manualidades que me han hecho mis alumnos, lleno a rebosar los bolsillos de la maleta de paquetes de jamón y rezo porque a los de aduanas no les entre hambre y decidan quedárselos (y no me sorprendería que lo hicieran. Un buen español NUNCA desperdicia la oportunidad de comer un poco de jamón gratis...) No solo he aprendido cómo es la vida en una cultura completamente distinta. He aprendido cosas sobre mí misma, sobre lo que realmente importa en la vida, y sobre las cosas de las que podría prescindir. Recuerdo justificarlo hace un año con “¡todo ocurre por alguna razón! El tipo de ahí arriba tiene que tener alguna razón...”. Pues si antes no creía en “el gran plan del Grandullón”, ahora sí. Me siento más que bendecida por haber tenido esta experiencia que ha cambiado mi vida, en la que me he sumergido en un mundo completamente opuesto al mío. Podría hablar horas y horas sobre lo increíble que ha sido mi estancia aquí, pero nadie tiene tiempo para eso. Así que he intentado condensar mi experiencia en una lista buena, bonita y a ritmo de ciudad.

9 maneras en las quemi pueblo ha cambiado pa’ siempre mi perspectiva sobre la vida

1. Saludar a desconocidos por la calle no da miedo En la ciudad tenemos la mala costumbre de evitar por todos los medios el contacto visual con los transeúntes. Cuando vamos por la acera, no tenemos visión periférica. Solo existes tú, lo que está justo delante de ti y los cordones de tus zapatos (a los que os miráis a los pies para no tropezaros... me declaro culpable). Llegamos incluso a mirar nuestros mensajes inexistentes en el móvil o a buscar en el bolso algo que no necesitamos. Todo para evitar un potencial segundo o dos de contacto visual. Bueno, ¿quieres saber qué pasa en un mundo en el que la gente intenta establecer contacto visual? Que dices... HOLA. Una locura, lo sé. Cuando llegué a Fregenal me confundía por qué todo el mundo me decía “hola”, “adiós” o “buenas” al pasar. ¿Me conocían todos? ¿Nos habían presentado sin darme cuenta? Estaba muy confusa, y quizá hasta me resultaba un poco inquietante. Ocho meses después, le digo “hola” a todo el que se me cruza. Como si es un abuelito con un bastón al que le falta un diente (hay muchos de esos aquí), o dos adolescentes cotilleando en español a la velocidad de la luz... les caerá un gran HOLA. ¡Y hasta una sonrisa! Porque ¿sabes qué? Sí que te alegra bastante el día.
2. Lo que sea que necesites AHORA puede esperar Los que somos de la acelerada Nueva York, si queremos algo AHORA, lo tenemos. Y si no... Bueno, mejor no te cruces con nosotros. Esa era la mentalidad tan impaciente que tenía hace tan solo 8 meses. Y fue una de las cosas que más me costó cambiar. Tanto si tardo unos dos días entre lavar y secar la ropa, como si el cajero decide ponerse al día con toda la vida de la clienta que va delante de mí, o si el camarero se olvida de mi existencia... lo que sea, lo conseguiré. Al final. La paciencia es realmente una virtud, y no vale la pena subir mis niveles de cortisona por conseguir nada 5 minutos antes.
Oh, ¿me ha llovido en el pijama? Supongo que puedo esperar 4 días más...
3. Un horario fijo de comidas es lo mejor del mundo Y aquí, es el único horario que existe. Como te lo cuento, ¡las prioridades de la gente de aquí son las correctas! No, en serio. ¿Recuerdas cuando llevaba un mes aquí, que escribí aquel artículo sobre los horarios de las comidas y las siestas? En ese momento lo odiaba. No, lo despreciaba. Lo recuerdo como si fuera ayer -eran las 7.30 de la tarde y quería un bocadillo. Así que, como haría toda persona hambrienta con algo de lógica, fui a un restaurante y pedí un bocadillo. ¿Sabes lo que me dijeron? NO. No podía tener mi maldito bocadillo. EH PERDONA LA ÚLTIMA VEZ QUE LO MIRÉ ESPAÑA ERA UN PAÍS LIBRE. Bueno, lo es, mientras no intentes meterte con sus horarios de comidas. Porque las 7.30 es la hora “del café”, y con el café no hay bocadillos. Solo galletas. Espera a las 9.30, la hora de la cena, me dijo. Bueno, vale, si quieres ver desmayarse a una chica...
¡¿Las 7.30 de la tarde?! Supongo que me tendré que comer una galleta... Tardé unos siete de mis ocho meses aquí en comprenderlo. Pero he llegado a apreciarlo, e incluso ha llegado a gustarme. La hora de comer es tan estricta porque comer es una actividad que las personas hacen juntas. Es un momento para sentarse con las personas a las que quieres, compartir comida, conversación, y hacerlo de forma relajada. Y el horario no te deja otra opción que hacerlo. Lo que me lleva a...
4. Si compartes comida, no te morirás de hambre Como producto del mundo occidental que soy, era muy territorial con mi comida. Era como un animal en la selva; tocas lo que hay en mi plato, te arranco la mano de un mordisco. Y si es el mejor trozo, adiós a tu cabeza. Bueno, pues si quería hacer amigos, me di cuenta de que tenía que cambiar esta mentalidad. Y rápido... La cultura española de las “tapas” gira entorno a compartir. Por lo tanto, no hay ningún tipo de límites en cuanto a tocar el plato del otro. ¿Recuerdas cuando un camarero se comió un pescado de mi plato? Me quedé en shock total. Pero en realidad no está tan fuera de lugar en la cultura española. Compartir es querer, y la comida es un placer; así que compartir comida es un placer. ¿Y lo más increíble de todo? He llegado a creérmelo de verdad. Mi nivel de estrés ya no se dispara cuando te veo acercar la mano a mi plato. Así que, amigos americanos, buenas noticias... cuando vuelva a casa, podréis comer de mi plato. E incluso el mejor trozo. Mientras yo pueda coger el vuestro.
Eh perdona, creo que se te ha perdido una mano en mi plato... Muerdo
5. La diversión no acaba cuando cumples los 30. O tienes hijos El verano pasado, trabajé para una campaña de márketing estadounidense cuyo eslogan era “ya dormirás a los 30”. Era una marca de licor que promocionaba la idea de los 20 son para divertirte, y a los 30 acaba la diversión. Esta es básicamente nuestra mentalidad en Estados Unidos. Después de graduarme en la universidad, recuerdo estar sentada en el sofá de mi piso con mis 4 mejores amigos. Estábamos llorando a moco tendido, lamentándonos porque se nos acababa la diversión para siempre... LOL. ¡¡¡Teníamos 22 años!!! En EE.UU. tememos hacernos mayores porque con la edad llega la responsabilidad, más “reglas sociales”, y menos diversión. ¿Pero por qué tiene una que influir en la otra? En mi pueblo es todo lo contrario. De hecho, la gente más desmadrada que he conocido aquí tiene más de 40. ¿Y el rey de las fiestas? Tiene 50 años y tres hijos. Fuera prejuicios. La vida está para divertirse. ¡Y mi vida acaba de empezar!
El rey de las fiestas, obviamente
6. No hace falta emborracharte para divertirte A lo mejor esto es por lo que los españoles pueden divertirse toda la vida. Me gradué en una de las universidades más fiesteras de EE.UU. La mentalidad era que si no podías beber, no salías. O chupitos o agua. Una noche de fiesta normal en América va así:
2 horas después... Chupitos de alcohol antes del partido. Cuando estás lo bastante borracho, ir a un bar. Beber más. Después, ir a la discoteca. Más chupitos. Al borde del desmayo. Triunfo. Ir a casa. MAL MAL MAL. GENTE. ¡¿QUÉ FUE DE DISFRUTAR DE LA COMPAÑÍA DE LOS DEMÁS?! En serio. La gente de mi pueblo bebe. Pero no para emborracharse. Para socializar. Y si pasa que te emborrachas, pues pasa. Pero a un ritmo natural y humano. Eso explica por qué la gente en EE.UU. dura hasta las 2 de la mañana, mientras que aquí la gente sale hasta el amanecer. ¿Y lo mejor? Puedes ver el amanecer con tus personas favoritas…
7. No hay nada más bonito en este mundo que una puesta de sol española Sin palabras.
8. El español es mucho más sincero Sí, he aprendido a hablar español con soltura. Pero lo que es mejor, he aprendido a hablar con sinceridad. No hay forma de andarse con rodeos en español. Un chico gordo es un chico gordo. No está un poco rellenito, está gordo y ya está. Lo sabe él, lo saben sus padres, y no pasa nada. Uno de mis alumnos respondió de verdad a “¿Cómo estás hoy?” con “Estoy gordo”. LOLOL. ¡Pero lo sabe! Y pasa lo mismo con los negros, que se llaman negros. No hay un nombre “políticamente correcto”, como “afroespañoles”. La gente aquí es sincera consigo misma, probablemente gracias a lo sensual del idioma. Deja de ir de puntillas culturales y simplemente dilo.
9. Lo que importa es la gente Hay nueve restaurantes, dos bares “guays” y dos tiendas de ropa en mi pueblo. No hay cines, ni centros comerciales, ni discotecas. Mi piso no tiene secadora, ni calefacción, ni aire acondicionado, ni horno. Y he pasado uno de los años más increíbles de mi vida. Una tarde de febrero, perdí mi cartera. En menos de 5 minutos desde que me di cuenta, el pueblo entero entró en alerta. Las madres de mis alumnos salieron pronto del trabajo para buscar por las calles, el director del colegio paró las clases para ejecutar una búsqueda y rescate, y la policía vino A MÍ. Tres meses después, todavía me paran desconocidos por la calle para preguntarme “¡Casie, hola! ¿Has encontrado tu cartera?” No, María, no he encontrado mi cartera, pero gracias por preguntar... Esta gente es increíble de verdad. Pero INCREÍBLE. Al ser del área metropolitana de Nueva York, estoy acostumbrada a que la gente viva por y para sí misma. Si perdiese la cartera en la Gran Manzana, me llevaría muchos “¡oh, vaya, pues qué mal!”. Mi mayor shock cultural en Fregenal fue la impresionante sensación de comunidad. La gente se preocupa de verdad por los demás. Nunca he conocido a gente tan acogedora, feliz y genuinamente atenta en mi vida. Conozco a la gente de esta comunidad desde hace 8 meses; la mitad de los cuales, podía comunicarme a duras penas. Aun así, siento como si tuviera 5.000 nuevos familiares hispanohablantes (cursi a más no poder, lo sé. ¡Pero es VERDAD!) He forjado amistades que sé que nunca olvidaré, con mayores y pequeños; un grupo increíble de 20 mejores amigos, una pareja de casados que regenta una piscifactoría, y un mejor amigo que ha sido mi Ángel los últimos 8 meses. Y resulta que se llama Ángel... ¿no es IRÓNICO? Ah, ¿y lo más loco de todo? Todos estos lazos que he formado han sido en español.
Podría seguir hablando horas y horas. Pero voy a acabar con este (ñoño) pensamiento final: La lección más importante que he aprendido es que la felicidad no tiene que ver con el dinero. No tiene que ver con el bar pijo o el restaurante de moda. Sino que está en la gente con la que la compartes. Está en la gente que se sienta a tu mesa. Dónde estéis no es tan importante. Gracias, Fregenal. Me has enseñado de qué va en realidad la vida y, por eso, TE QUIERO MUCHO. ¿Y en cuanto a Nueva York? ¡Allá voy! Señoras y señores, pueden esperar un post sobre el “choque cultural inverso” en cualquier momento...
(Artículo originalmente publicado en A Wandering Casiedilla y visto en Menéame. Traducción de Eva Millán)

¿Estás escribiendo? «Mucho». Entonces mucho quería decir deprisa. Santiago Castelo no sabía cuánto le quedaba, ni cuándo se ejecutaría la sentencia que eligió como título y argumento del que iba a ser su último poemario, una despedida del mundo y la carne, comestible o tangible. Premiada ayer con el Jaime Gil de Biedma, uno de los más prestigiosos en lengua castellana en la categoría de poesía, el libro póstumo de Castelo aúna la frialdad y el ardor que, sin atemperar, hielo y fuego, exige la narración de una autoagonía, escrita en el último borde de la vida y en la soledad a la que obliga una etapa contra el reloj, bajo una lluvia que no deja ver las señales que indican lo que queda para llegar. Entonces mucho quería decir deprisa y todas las metas eran volantes. «La sentencia» fue de las últimas obras en llegar a la Diputación de Segovia a finales de marzo. Apuró el plazo de presentación y hasta el último momento estuvo Castello, fallecido hace ahora dos semanas, retocando y corrigiendo los manuscritos de un auto judicial cuya exposición de hechos había elaborado a lo largo de los últimos doce meses, algunos de ellos, heladores, escritos entre fiebres, en la cama del mismo hospital en el que murió. Sabía que los setecientos versos exigidos en las bases del premio eran muchos, demasiados para un cuerpo devorado por el cáncer y, más aún, para una mente sometida al cruce de considerandos. De su sentencia, Castelo solo tenía claro el fallo: la ley de Dios la conocía, pero era de Letras demasiado puras como para cuadrar el tiempo y la biología. «Según amanezca. A ver mañana cómo me levanto», decía. Con «La hermana muerta» (2011), el periodista extremeño preparó el terreno y cavó su propia tumba. El llanto por los miembros de su familia, desaparecidos casi de un día para otro y en una secuencia insoportable, lo habilitó para enfrentarse con serenidad a su propio final y sacar el mejor partido literario de una angustia que se tragaba y se le hacía nudos. Era comilón, de digestiones asistidas con aguardiente, pero para las penas terminó por hacerse rumiante. Sobre el papel, lágrimas; al margen, silencio.
La aceptación Fragmentado por los latidos, vertido a borbotones, medido con la precisión de quien ha firmado algunos de los sonetos más hermosos de las últimas décadas, «La sentencia» es un relato sobre la aceptación. No es un vulgar manual de autoayuda para salir adelante, según se sale de la Feria del Libro, sino una guía para ir bastante más allá. Castelo se aplicó el cuento de la Madre Maravillas –«Lo que Dios quiera, cuando Dios quiera, como Dios quiera»– y se sombreó la mirada para observar de cerca lo que pocos se atreven a mirar. «Toda la vida escribiendo versos sobre el gozo carnal, la sensorialidad y la pasión de vivir, y resulta ahora que me van a recordar como el poeta del duelo y la muerte, qué le vamos a hacer», se quejaba a última hora Santiago Castelo, cuyo removido «Quilombo» (2008) siempre consideró su obra más representativa. En «La sentencia» aparecen episodios como el del diagnóstico que desencadena su trama, el de las pruebas a las que el autor era sometido de forma cíclica o, más pegado al cuerpo, el de la caída del cabello que provoca la quimioterapia. Una zarzuela se ponía Castelo en el iPod para distraerse, con un tarareo y una evasiva percusión dactilar de acompañamiento, mientras le inyectaban los antineoplásicos. Luego, cuando tocaba, se afeitaba la cabeza en la barbería en la que se arreglan los hipsters del Dos de Mayo. «Estoy a la última, qué te crees», soltaba Castelo con una risotada desafiante. Estaba en las últimas y a la última. Estaba. Ni siquiera el escenario oncológico en el que se desarrolla la acción e inacción de «La sentencia» –de cristal, niquelado, aséptico, entubado; muy lejos de su paisaje extremeño, que vuelve a asomar en este último acto– consigue evitar que José Miguel Santiago Castelo exprese su quebranto y su esperanza a través de las formas y los dejes clásicos y cálidos que definen su obra, ajena al canon de consumo y maldita para los que a ciegas siguen al dictado las directrices de quienes marcan el nuevo índice cultural. Premiado y enterrado, casi todo Castelo está por descubrir. No son los poemas que contiene «La sentencia» los últimos textos del malogrado poeta. La Semana Santa, como gran parte de los últimos meses, entre idas y venidas, la pasó en el hospital, junto a los suyos y cerca de su crucifijo, su libro de oraciones y la Virgen enmarcada que una buena tarde le llevaron Catalina y Soledad. También tenía el móvil a mano. Si aceptamos la correspondencia de los autores del siglo XX como parte de su producción literaria, sería menester, quizá también imposible, recopilar los mensajes de whatsapp, algunos sobrecogedores, que Castelo enviaba de vez en cuando, cuando todo ya estaba escrito.
Un temblor estremecedor
No hubo discusión, ni debate, ayer en Segovia. No fue unánime el fallo del premio Gil de Biezma, sino por aclamación. Uno tras otro, los miembros del jurado reconocieron el valor de «La sentencia», poemario que ya en la selección del prejurado había cautivado a los encargados de elaborar la lista corta del premio. «El vientre de la ballena», del novelista Andrés Barba, se hizo con el accésit, pero «La sentencia» de Castelo no tuvo rival.
Gonzalo Santoja, coordinador del premio, destacó la «ejemplaridad de un poeta que se despide con sosiego, con un temple admirable», y el «temblor estremecedor» que provoca el poemario póstumo de Castelo. «El autor domina la técnica del verso, pero la pone al servicio de la emoción y la verdad». «Es un regalo que un poeta como Santiago Castelo se despida de la vida y los lectores a través de este libro.
Para Juan Manuel de Prada, Castelo no obtuvo en vida el reconocimiento que merecía por sus formas tradicionales y su visión del mundo. «Sufrió una condena en vida», una condena «a la nada que ha sido revocada con este premio». «Allá donde esté, sin subjuntivo, no hay duda de que lo habrá disfrutado».

Fuente: ABC

El periodista y columnista Manuel Mira, revela en su última novela, ‘El olivo que no ardió en Salónica’ (La Esfera de los Libros) la historia desconocida de uno de los empresarios “más importantes” de la historia de España, el padre del imperio Danone, el judío sefardí Isaac Carasso, a través del cual, trata de mostrar la importancia que tuvieron los sefardíes para la cultura y la economía española. “Este libro es imprescindible ahora mismo en España para entender hasta qué extremo los sefardíes fueron importantes para la economía y la cultura de España”, ha asegurado este miércoles Mira en la presentación de la novela en Madrid. Además, la obra se publica en el marco de la tramitación del proyecto de ley para conceder la nacionalidad española a los sefardíes, una norma que, a su parecer, “hace justicia” a los más de dos millones de descendientes de judíos españoles que hay en el mundo, unos 70.000 de ellos en España. La novela cuenta la historia “épica” de Isaac Carasso, un descendiente de judíos españoles de principios del siglo XX en Salónica –donde la mitad de los habitantes eran judíos– que, en medio de tantas guerras –italo-turca, la primera y segunda guerra balcánica, la Revolución de los Jóvenes Turcos–, en 1913 decide emigrar junto a su familia a España. Tras un largo viaje, en el que recalaron en Suiza, en 1917 llegan a Barcelona y se instalan en un piso del barrio del Raval, donde logra fabricar un yogurt con propiedades medicinales, creando así en 1919 la empresa Danone. Sin embargo, la familia Carasso se instala en España en un momento convulso. En 1923 se produce el golpe militar de Primo de Rivera, en 1931 se proclama la II República y en 1936 estalla la Guerra Civil Española, circunstancias que obligan a Carasso a huir de España hacia Francia, país donde edificará el imperio Danone. Mira asegura sentirse orgulloso de esta novela por esa “obsesión emotiva” que siempre ha sentido por los sefardíes. Para este escritor, la expulsión de los judíos de España en 1492 fue “uno de los errores históricos más grandes cometidos en la historia española”. Por ello, uno de los pilares sobre los que el autor construye su obra es el “filosefardismo”, una corriente que nace a principios del siglo pasado de la mano de Ángel Pulido, un senador vitalicio de Salamanca que durante un viaje a los Balcanes se encontró a judíos sefardíes hablando español. Cuando regresó a España, se lo contó al Rey y a los políticos, que se dieron cuenta de la importancia que tenía el país cinco siglos después para aquellos descendientes de judíos españoles. El filosefardismo fue respaldado rápidamente por intelectuales como Pérez Galdós, Canalejas y por el mismo Rey Alfonso XIII. “Hasta Manuel Azaña era filosefardita”, asegura. DOS NIETOS DEL IMPERIO DANONE La información pública sobre el protagonista de este libro, según explica su autor, era tan escasa que podría ocupar una página. Por ello, ha tenido que realizar una investigación durante dos años en los cuales ha llegado a contactar con dos nietos de Carasso. Uno de ellos le aseguraba que aunque su pasaporte es francés, su corazón es español. “La melancolía –afirma Carasso– es una de las partes sustanciales del ADN de los sefardíes”. En cuanto al título de la novela, ‘El olivo que no ardió en Salónica’, Mira ha explicado que hace referencia al incendio voraz que destruyó dos terceras partes de Salónica. La historia cuenta que en el jardín de la casa de la calle ancha donde residía Isaac Carasso había un olivo y fue el único que no ardió en aquel incendio, un “simbolismo” con el que el periodista quiere reflejar que “los judíos sefardíes, a pesar de la humillación y el sufrimiento, siguen en pie”.

 

Fuente: Europa Press

El Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid inaugura de las mayores exposiciones dedicadas a Zurbarán, a partir de una mirada nueva. Odile Delenda y Mar Borobia, comisarias de la muestra, nos dan las claves para detenernos en diez de sus obras principales. La exposición llega a Madrid un año después de cumplirse el 350 aniversario de la muerte de Zurbarán, al que han rendido homenaje ya ciudades como Bruselas o Ferrara. Ahora es el Museo Thyssen-Bornemisza el que ofrece una nueva mirada sobre el pintor del Siglo de Oro, enfrentando sus obras a otras pintadas en su taller, y rescatando muchas de las que habitualmente están ubicadas en Estados Unidos y Europa. Es el caso de San Serapio, que viaja a España desde el museo Wadworth Atheneum de Connecticut. En total, más de 60 obras en una de las exposiciones más completas sobre el pintor, y cuyo precedente se remonta a 1988 y la exposición que le dedicó el Prado. De mano de las comisarias, nos tenemos en las obras más significativas. Aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco, c. 1628-1630
Colección privada. Cortesía Galería Coatalem, París Esta obra, perteneciente a una serie para el convento de la Merced Calzada de Sevilla, es una de las más novedosas y bellas realizadas con motivo de la canonización de su fundador. El pintor destaca en la realización de este tipo de imágenes de jóvenes arrebatados en éxtasis. Como era habitual, Zurbarán se basó en la fuente literaria que le fue propuesta para crear una escena de la que no había precedente iconográfico alguno. El joven santo viste un amplio manto marrón con pesados pliegues y utiliza como modelo al mismo personaje de la Aparición del apóstol san Pedro a san Pedro Nolasco del Museo del Prado, pero con aspecto más juvenil. Posiblemente, se trata de Sebastián de Zurbarán, sobrino del pintor, que ingresó siendo aún adolescente en el convento de la Merced de Sevilla, donde profesó a los 17 años, en 1630. San Ambrosio, c. 1626-1627
Museo de Bellas Artes de Sevilla Como protagonista único está San Ambrosio (Tréveris, c. 339-Milán, 397), alto funcionario romano, que fue nombrado obispo de Milán, capital del imperio de Occidente, por aclamación popular cuando era todavía un simple catecúmeno. La obra ingresó en el Museo de Bellas Artes de Sevilla con el título de Santo Obispo, pero fue identificado gracias a la inscripción parcialmente borrada situada en la parte superior izquierda del cuadro. Es en estas grandes y expresivas figuras aisladas donde Zurbarán muestra sus mejores capacidades artísticas. Siluetas monumentales, impresionantes, emergen de un fondo oscuro iluminado desde la izquierda por una fuente de luz invisible. Esta iluminación a lo Caravaggio acentúa la increíble plasticidad de las formas. El rostro del santo, muy caracterizado, es el retrato de un hombre sumido en una intensa meditación. Las dotes de retratista del joven Zurbarán aparecen ya claramente definidas desde sus obras más tempranas.
San Serapio, 1628
Hartford, Wadsworth Atheneum Museum of Art, CT. The Ella Gallup Sumner and Mary Catlin Sumner Collection Fund. Colgado por las munecas y expirante, el San Serapio de Zurbarán no aparece con las tremendas llagas de su espantoso martirio. Al pintor nunca le gustó insistir en la representación horrenda de cualquier muerte violenta con sus detalles sangrientos, por lo que prefirió esconder el cuerpo del santo martirizado bajo el bellísimo hábito blanco de la Merced. Como un Cristo crucificado, la cabeza del ajusticiado cae sobre su hombro derecho con una logradísima expresión de abandono, de aceptación y de serenidad. Zurbarán consigue aquí reflejar con una rigurosa precisión anatómica y un increíble verismo al fraile mercedario a punto de morir, con sus ojos cerrados y su boca entreabierta. Llama poderosamente la atención la intensa expresión del humilde mártir que ha cumplido por fin su misión terrenal. San Francisco de pie, contemplando una calavera, c. 1633-1635
Saint Louis Art Museum Dispuesta de forma frontal, de pie, sosteniendo una calavera con las manos cruzadas y la cabeza inclinada hacia ella, esta pequena figura meditabunda es, a pesar de su pequeno tamano, una de las más impresionantes de entre las pintadas por Zurbarán sobre este tema. El San Francisco del Milwaukee Art Museum, de gran tamano, es una repetición autógrafa y ampliada del cuadrito del Museo de San Luis. En ambos lienzos los pliegues del sayal, realizados en la misma gama de colores pardos, caen verticales, escuetos. Los pies descalzos asoman por debajo del hábito y el izquierdo avanza en dirección al espectador. El rostro barbado apenas se adivina ensombrecido por el gesto cabizbajo del santo y el puntiagudo capirote. El peculiar formato del lienzo es similar al de las pinturas del único retablo pequeno del siglo XVII que todavía se conserva in situ en la iglesia de San Alberto. Adoración de los magos, c. 1638-1639
Musée de Grenoble Casi todas las pinturas de la impresionante serie pintada por Zurbarán para la cartuja de Jerez de la Frontera, una de las mejores y más importantes de su producción, se han conservado, aunque el conjunto se halla disperso entre varios museos. Los cuatro principales lienzos del retablo mayor se conservan en el Musée de Grenoble: la Anunciación, la Adoración de los pastores fechada en 1638, la Circuncisión, fechada en 1639, y esta Adoración de los Magos, todas ellas de una impresionante solemnidad casi litúrgica. El cromatismo resplandeciente de las indumentarias y la perfección técnica de estos lienzos los sitúan entre lo mejor de la producción del maestro. Como la mayoría de los artistas contemporáneos, Zurbarán pinta a los reyes "vestidos con gala y autoridad", como recomendaba Pacheco. Zurbarán, como Velázquez, solo representa a uno de ellos como un anciano, el más sabio, el primero en entender la importancia de aquel nacimiento y por eso se arrodilla ante el Nino y junta las manos en actitud de adoración. Martirio de Santiago, c. 1636-1640
Museo del Prado, Madrid Recientemente restaurada, es una pintura de indudable calidad, firmada pero no fechada, que el maestro realizó en su etapa más brillante y fructífera, hacia 1636-1640. Una quietud misteriosa invade la composición, realizada a partir de dos estampas de la Vida de santa Catalina de Alejandría grabadas por Anton Wierix III (1596-1624). Otros detalles del cuadro, como la extraordinaria cabeza del perro o el judío de perfil a la derecha, derivan de modelos de Durero, pero Zurbarán interpreta esos grabados con su magistral habilidad para el colorido y su extraordinaria capacidad para reproducir las texturas de lo representado. El origen de este importante lienzo de composición monumental ha sido discutido. En la venta de la colección de Luis Felipe de Orleans en Londres en 1853 se especificaba que procedía "de un convento de Extremadura". San Francisco en meditación, 1639
The National Gallery, Londres. Legado por Major Charles Edmund Wedgwood, 1946 El "poverello de Asís", uno de los santos favoritos de la Reforma católica postridentina, fue el santo que Zurbarán pintó más veces a lo largo de su carrera. Son numerosas las representaciones de san Francisco con distintas iconografías: arrodillado en oración, en el milagro de la Porciúncula, durante la estigmatización o muerto según la visión del papa Nicolás V. Del santo en meditación existen muchas versiones, sobre todo si se consideran también las que presentan intervención del taller. Desde el punto de vista cromático, los pardos y los tonos tostados del santo destacan fuertemente iluminados contra un fondo sombrío con un paisaje crepuscular al fondo. Santa Apolonia, c. 1636-1640
Musée du Louvre, París Como las otras figuras de santas, a primera vista de aspecto muy humano, esta airosa jovencita con bellísimo atuendo perteneció al grupo de pinturas reunido por el mariscal Soult (1769-1851) en el depósito del Alcázar de Sevilla donde, en 1810, se hizo acopio de 999 lienzos procedentes del saqueo de las instituciones religiosas. La Santa Apolonia del Louvre es una figura delicadísima que mira directa pero fugazmente al espectador. Para representar a la santa Zurbarán pudo inspirarse en grabados flamencos del siglo XV, como la Santa Bárbara de Martin Schongauer (1435/40-1491), pero insuflándole una vitalidad peculiar. Su rostro no parece ser un retrato sino el reflejo de la belleza ideal: de forma ovalada, grandes ojos negros, boca pequeña y mejillas sonrosadas. Bodegón con cacharros, c. 1650-1655
MNAC. Museu Nacional d'Art de Catalunya, Barcelona. Legado de la colección Cambó En el siglo XVII la pintura de bodegones experimenta un importante auge en Espana. Considerado un género menor frente a la pintura religiosa, llama la atención de numerosos artistas, que se expresan de manera más libre en estas obras para clientes privados. Zurbarán no fue una excepción y, a pesar de que la mayoría de su obra es de temática religiosa, nos ha dejado algunos bodegones como este cuadro, del que existen dos ejemplares, este que se expone aquí y otro unos centímetros mayor (48 x 84 cm) propiedad del Museo del Prado. Lo que más llama la atención de este bodegón es la sobriedad y austeridad de la composición y de los elementos elegidos. Resulta extremadamente original que Zurbarán no haya pintado frutas, flores o algún tipo de vianda. Desposorios místicos de Santa Catalina de Alejandría, c. 1660-1662
Colección privada, Suiza Francisco de Zurbarán falleció en Madrid el 27 de agosto de 1664. Entre las pinturas que se conservaban en su obrador madrileno tras su muerte aparece un lienzo descrito de la siguiente manera: "Otra [hechura]nra Senora y el nino y Santa Catalina con marco". Su tamano mediano nos hace pensar que era un cuadro de devoción privada. Si se trata, como suponemos, del lienzo que se encontraba en el obrador madrileno de Zurbarán tras su muerte, seguramente no sería un encargo de algún comitente sino una obra de temática muy popular destinada a la venta directa. Esta imagen es absolutamente zurbaranesca, de delicada factura y tonalidades luminosas. La atmósfera del cuadro, tierna y poética, es típica de las últimas obras del artista, hacia 1660-1662.

Fuente: El Cultural

En 2009 la historiadora francesa Odile Delenda presentó en la Academia de Bellas Artes el primer volumen del catálogo razonado de Francisco de Zurbarán, un artista que lleva estudiando tres décadas. Al año siguiente se publicó el segundo volumen. Ya entonces hizo una tremenda purga del millar de obras que se atribuían al artista español: se fijó el corpus zurbaranesco en unas 280 pinturas. Más de 700, pues, perdían su autoría. Desde entonces han seguido apareciendo nuevas obras, lo que hace que Delenda cifre los auténticos zurbaranes en unos 300. Algunas de las más recientes atribuciones se incluyen en la nueva exposición del Museo Thyssen, «Zurbarán: una nueva mirada». «Pensé que había acabado mi carrera con el catálogo razonado, pero no ha sido así», bromea la comisaria de la exposición, que, junto con Mar Borobia, otra de las comisarias, recorren con ABC la muestra durante el montaje. «Recibo a la semana al menos noticias de un supuesto Zurbarán, pero tan solo uno de cada cien es auténtico». Es el caso de «Aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco», fechado hacia 1628-1630. Pertenece a la serie que el pintor realizó para el convento de la Merced Calzada de Sevilla con motivo de la canonización de su fundador. Propiedad de una colección privada, es posible que acabe en el mercado, puesto a la venta por la galería Coatalem de París. Lo mismo que «La Virgen niña dormida» (hacia 1655), en manos de otra galería parisina, Canesso. De este tema cuelgan en las salas del Thyssen tres versiones. La mejor, una del Ermitage. La tercera es un préstamo del Metropolitan.
En una farmacia de Sevilla «Los desposorios místicos de santa Catalina de Alejandría» (1660-1662), de una colección privada suiza, cierra la exposición. Reapareció en 2001. Es la última atribución a Zurbarán llevada a cabo por Odile Delenda en 2012. Posiblemente, se trata de una de las pinturas que se conservaban en su obrador de Madrid cuando murió el 27 de agosto de 1664. Coincide, al menos, con la descripción de uno de sus cuadros que aparece en la testamentaría. No descarta Odile Delenda que sigan apareciendo obras del artista. Las ha encontrado en una iglesia de Normandía, en un castillo del Loira... y hasta en una farmacia de Sevilla. Seguimos visitando la muestra y surgen más obras que se han ido incorporado al catálogo de Zurbarán. Como un «San Antonio de Padua», descubierto en la iglesia de Saint-Romain de Etreham (a pocos kilómetros de la playa donde se produjo el Desembarco de Normandía) en muy mal estado de conservación. Tras su restauración se certificó que era una obra maestra del joven Zurbarán. Según Delenda, la procedencia de este cuadro sigue siendo una incógnita, aunque cree que pudo formar parte de la colección sevillana de Julian Williams, vicecónsul de Inglaterra, y que pudo llegar a esta iglesia como una donación del conde de Houdetot. Hay en la muestra más atribuciones recientes:«Huida a Egipto», del Seattle Art Museum; «San Francisco rezando en una gruta», del San Diego Museum of Art; «Cristo crucificado con San Juan, la Magdalena y la Virgen», de la colección Ivor Braka... Pero son muchas más las autorías retiradas. «Mucha gente me dice que por mi culpa su cuadro no es de Zurbarán», advierte Delenda. Viajan por primera vez a Madrid 23 de las 63 obras expuestas en el Thyssen. Es el caso de «San Francisco de pie contemplando una calavera», del Saint Louis Art Museum; y «San Blas», procedente de un museo de Bucarest. Ambos pertenecieron al retablo de la iglesia del colegio de san Alberto de los carmelitas descalzos de Sevilla.
El maestro y su taller Otra novedad de esta muestra es que se dedica especial atención a los pintores que colaboraron con Zurbarán en su taller. No fueron demasiados. Aparecen nombres como Juan Luis Zambrano, los hermanos Francisco y Miguel Polanco, Ignacio de Ríes, Bernabé de Ayala y el Maestro de Besançon. Un caso especial es el de Juan de Zurbarán, segundo de los diez hijos del maestro (se casó tres veces) y discípulo aventajado. Fue un excelente pintor de bodegones. Su producción es muy escasa, y muy codiciada, porque falleció prematuramente a los 29 años. Se cree que hay pinceladas suyas en algunos de los cuadros de su padre.
El Museo Thyssen hace una revisión actualizada de la producción de Zurbarán En una sala de la muestra se confrontan obras de ambos. Un excepcional «Bodegón con cacharros», cedido por el MNAC; «Carnero con las patas atadas» y «Agnus Dei», todos ellos del padre, se miden con espléndidas naturalezas muertas de su hijo. Como «Peras en cuenco de porcelana», del Art Institute de Chicago. No es ésta una antológica exhaustiva de Zurbarán. Ya las hubo, y muy importantes, en el pasado. Como la que le dedicó el Prado en 1988. Diez años después hubo otra gran monográfica en Sevilla con motivo del IV centenario de su nacimiento. La muestra del Thyssen se ha planteado como una revisión actualizada, una puesta al día, de la producción de Zurbarán. Viajará en octubre, con algunas diferencias, al Museum Kunstpalast de Düsseldorf, que ha colaborado en el proyecto. Aunque la pintura religiosa es el eje central de su producción –apenas hizo retratos, pero hay buenos ejemplos en la muestra–, Zurbarán es mucho más que un pintor de monjes. Ha cargado con ese sambenito, lo mismo que Murillo como pintor niños y pajaritos. «Fue Murillo quien copió a Zurbarán y no al revés», puntualiza Delenda. Gran amigo de Velázquez, Zurbarán también participó en la decoración del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. Ambos estudiaron en Sevilla. El color albero de las paredes de la muestra es un guiño a esta ciudad donde Zurbarán –nacido en 1598 en Fuente de Cantos (Badajoz)– vivió gran parte de su vida.
Un pintor moderno Para Mar Borobia, las pinturas de Zurbarán «siguen hoy comunicando, te hablan... Eso me fascina de él. Se dice que sus pinturas son oscuras, pero es un gran colorista... Y también destacaría su modernidad». Odile Delenda se suma a todo ello:«Se decía que era un pintor torpe, que no tenía imaginación. No hay nada de cierto en ello». Subraya los detalles secundarios de sus composiciones que se tornan protagonistas de sus lienzos: las telas de las santas, los objetos cotidianos, los pies sucios del Cristo Crucificado... «Son pies de haber andado, de haber sufrido –dice Odile Delenda–. Sus Cristos, como los de Velázquez, no sangran mucho». Y una curiosidad: Zurbarán firma algunos de sus cuadros, como «San Serapio» y «San Francisco en meditación», en un papel pinchado en la pared. Entre las obras maestras presentes en la exposición, las comisarias destacan «San Serapio», pintado en sus años de juventud y el segundo firmado conocido. Ha sido cedido por el Wadsworth Atheneum Museum of Art. Solo se había visto una vez en España y fue hace 50 años. También, «La adoración de los Magos», del Museo de Grenoble;«El martirio de Santiago, del Prado, que ha sido restaurado;«San Francisco en meditación», de la National Gallery de Londres... Además de préstamos de grandes museos internacionales, también los hay de importantes colecciones privadas españolas(Abelló, Arango, Masaveu, Villar-Mir...) Muchos de ellos los adquirieron fuera de España.

Fuente: ABC

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