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Por Feliciano Correa Cuando algún compañero académico fallecía, solía encomendarme Castelo que escribiera una necrológica. Manuel Pacheco, Juan de Ávalos, Jaime de Jaraíz, el Marqués de la Encomienda, Francisco Tejada… fueron objeto de mi atención al partir de este mundo. Ahora un manojo de escritores amigos, compañeros o poetas han ocupado páginas sacando el pañuelo desde el atril de sus lágrimas.

Le conocí en aquellos años de la transición política cuando en la vetusta biblioteca de ABC tenían lugar tertulias sobre el tiempo por venir. Desde entonces nuestra relación no conoció pausa. Recogía mis colaboraciones para su periódico o me prologaba alguna obra. Contestó en la barroca iglesia de Santa Catalina de Jerez de los Caballeros a mi discurso de ingreso en la Real Academia en 2002.

Estuve en Granja de Torrehermosa cuando la liturgia de incienso y flores engordaba las dudas sobre la vida y la muerte. La presencia popular y los rostros dolidos, nos hermanaban ante la adversidad emocionada por el trance.

Santiago Castelo accedió a dirigir la Real Academia con ánimo, aunque su armazón mental no estaba especialmente diseñado para la gestión monótona que impone el diario quehacer, que él siempre ejercitó lo mejor que supo y pudo. Al tiempo fue un ejemplo de lealtad profesional a su ABC; pero en un sitio y en otro destacó, sobre todo y primero, por su cualidad conciliadora contra todo viento perturbador en las relaciones humanas. Era un derrochador de gestos con las cartucheras cargadas de armonía, y así tiroteaba balas de afectos desde su anatomía de grandullón amable. El día 18 de septiembre de 1999, hace dieciséis años, escribí en este diario un artículo titulado “Santiago Castelo, de palabra y barro”, y en todo lo que allí dije me reafirmo: “Asoma la ternura a flor de carne, con esa voz redonda de trovador de antaño. Y ese porte –a un tiempo- de ácrata y señor de la corte, para vestir de salón o verbena el plural manantial de sus sentires”. Porque nunca admiré en él la rutina de esa obligada diligencia administrativa ya que Castelo, como María en casa de Lázaro, había escogido la mejor parte, su afán, su vocación completa, era dejarse seducir por lo humano, y amar para regalar instantes habitados de felicidad. José Antonio Zarzalejos, anterior director de su diario, ha escrito en estos días: “fue un buda feliz que disfrutaba de la vida”, y en Ramón Pérez-Maura leo que era tal su entrega a los propios que amaba que “el día en que la Casa del Rey anunció que Don Juan Carlos había creado para Guillermo Luca de Tena, el título de marqués del Valle de Tena, era mayor la alegría de Castelo que la del propio agraciado con la regia distinción”. Sin duda de la sobreabundancia de su corazón hablaba su boca, y también sus brazos, que no eran tenazas sino alas adiestradas para el agasajo. Tal vez nadie lo ha sintetizado mejor que Juan M. de Prada en el prólogo a su obra “Cuerpo cierto” al decir que  “Castelo es uno de esos raros ejemplares de hombres en los que poesía y humanidad forman una alquimia indestructible, una argamasa de sangre y metáfora que ilumina sus actos y contamina sus palabras de una escondida belleza”. Por eso sus achuchones eran tan entregados y sus apretones de manos asideros certificados para  infundir confianza, de tal modo que los que se sentían queridos recibían mimosamente esa gesticulación sin fronteras. En esa transfusión gozosa, la bravura de su voz bautizaba el diálogo de una luz confidencial.

A mi parecer sus  abrazos y su lira funcionaban dentro de él, en el salón secreto de su recóndito templo, como dos péndulos que se cruzaban equilibrados y sin colisionar.

Por suerte el sonido de su poesía halló eco en la besana de estas tierras pardas y en los habitantes de tantos rincones puebleros por él conocidos, un soporte imprescindible para elevar lo prosaico del existir a la ingravidez de las alturas, allí donde los críticos literarios descubrían la quintaesencia de sus más penetrantes maneras de amar.

Para mí Castelo fue un místico de lo castizo, y su decir llevaba de fábrica una musicalidad interior que hacía más atractivo leer  sus anhelos incansables de búsquedas entre dudas y vacilaciones. Aquellos abrazos parecían un desahogo necesario, como si estuviera repleto por un atracón de afectos.  Por todo ello, al recrearnos en el recuerdo del hombre y del poeta, no hemos de verlo entre los pucheros de los quehaceres del oficio o del cargo, ya que el valor que de él permanecerá será esa manera suya de ejercitar fogonazos de amor, era algo incontenible, igual que los volcanes son fieles a su condición de  expandir el calor por las laderas vecinas.

Amor y lira, alma y tierra, palabras que son agua para hacer del polvo barro. Barro para catar la condición humana y asirse en sus idas y venidas a su rincón primero y telúrico, como punto de partida y, por fin, de llegada.

Volví a casa cruzando los trigales espigados por esas llanuras sureñas cuando ya se hacían fugitivas por tierras portuguesas las últimas luces que al poeta despedían. Era la víspera de mi cumpleaños y medité sobre la brevedad de la vida mientras una dentadura de incomprensión azotaba mis cavilaciones. Sólo supe, tras tantos kilómetros mentales de desasosiego silencioso, que tal vez él haya acertado y si San Juan de la Cruz sentenciaba que “al final nos examinarán en el amor”, Castelo lleva sellada su credencial de peregrino amoroso por miles de posadas y de veredas.

Encaramado allá donde ya esté formará parte de ese club de los poetas muertos, y dará lecciones de cómo vivió su carpe diem, y escribirá poesías sin letras, rebeldes ya a cualquier estilo gramatical, versos sin peso y sin disciplina. Pero por aquí abajo, todavía durante un largo tiempo, pensando en ese mayo dominguero que se lo llevó, recordaremos sus versos sin encontrar respuestas: “El corazón se desangra/ en una luz de cuchillos/ y por la boca me corre/ un viento de escalofrío. ¿Por qué llorará el silencio/ las tardes de los domingos?”

El narrador, poeta, ensayista, traductor y catedrático de Estética Félix de Azúa ha sido elegido nuevo académico de la Real Academia Española. Ocupará el sillón H mayúscula, vacante tras la muerte de Martín de Riquer. El otro candidato era el autor canario Juan Jesús Armas Marcelo. El nuevo académico fue elegido en la tercera votación con 19 votos de los 34 académicos que participaron en la elección de la RAE (sobre un total de 41 académicos con derecho a voto). Armas Marcelo obtuvo cuatro votos. Hubo once en blanco. La candidatura de Félix de Azúa (Barcelona, 1944), columnista de EL PAÍS, fue presentada por los académicos Carmen Iglesias, Javier Marías y Santiago Muñoz Machado. La de Armas Marcelo, por Mario Vargas Llosa, Luis María Anson y Álvaro Pombo. Se trata de la segunda candidatura de Azúa, la primera fue en 2008 para cubrir la vacante de Fernando Fernán Gómez, pero entonces resultó elegido el cineasta José Luis Borau. Uno de los principales intereses de Azúa sobre el idioma “es la enorme transformación que vive el idioma debido a la fuerza de los medios de comunicación”. Un tema, afirma, que "habrá que estudiar para detectar cuáles son las prácticas más sanas y las más corruptas en cuanto al manejo del idioma teniendo en cuenta su gran influencia lingüística, que ya es superior a la del cine y los libros”. A la RAE entra un ciudadano muy crítico con la realidad de España y el mundo. Considera que en general “el manejo popular y habitual del idioma en España es pobrísimo. Es algo en lo que coindicen muchos expertos. Muchas veces habla mejor un campesino de Perú que un universitario nuestro”. En abril, el escritor dijo que uno de sus mayores pecados en España es la mala educación, lo cual lo lleva a pensar que “está por demostrar si pertenecemos a Europa”. Este deterioro, añade Azúa, se debe, en general, a que “en este país la cultura no interesa prácticamente a nadie, especialmente a las élites políticas”. Vería con muy buenos ojos una mejora del sistema de enseñanza más fuerte, riguroso y honrado, pero duda que tenga un verdadero interés político. Una de las grandes diferencias entre la enseñanza de España y la de países como Francia, Alemania o Italia, cuenta el académico, es que en la española los alumnos no hablan. Por eso, considera que “sería importantísimo empezar a poner exámenes orales y ejercicios de exposición en clase con el fin de que los alumnos defienda sus ideas y así puedan enriquecer su léxico y mejorar el manejo del idioma en general”. Félix de Azúa vive en Madrid desde hace cuatro años en lo que considera un exilio de Barcelona por la deriva nacionalista del gobierno catalán. “Me pareció inmoral quedarme allí con una hija pequeña”, dijo el escritor en una entrevista a este diario en abril por su novela Génesis (Literatura Random House). Es la tercera parte de su autobiografía ficticia que pasa a ser el origen de un proyecto literario en marcha cuya voz busca aunar la historia de los testigos de su tiempo, ser una voz colectiva en la que los ciudadanos se reconozcan. El nuevo académico es doctor en Filosofía y catedrático de Estética. Su primer poemario data de 1968. En 1970, Josep María Castellet lo incluyó en el famoso libro Nueve novísimos poetas españoles. Su obra poética está reunida en el volumen Última sangre. Entre sus novelas destacan Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura o Historia de un idiota contada por él mismo. Entre sus títulos de ensayo figuran La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, o Esplendor y nada.

Fuente: El País

Semanas antes del estallido de la guerra civil, entraba en la historia de la cultura española uno de los libros fundamentales de poesía de nuestro idioma en el siglo XX. En la primavera de 1936, Luis Cernuda reunía sus versos en la primera entrega de «La realidad y el deseo», título bajo el que irían juntándose los poemas escritos hasta la definitiva edición publicada un año antes de su muerte en México, en 1963. En su soberbio ensayo «La palabra edificante», Octavio Paz alabó esta voluntad de integrar el conjunto de la obra lírica en una labor de crecimiento orgánico, que iba dando cauce a aquel impulso de la inteligencia poética para entender y relatar el mundo. Otros autores, singularmente Jorge Guillén, habían concebido de esta misma manera la tarea de escribir, y las sucesivas «Antolojías» de Juan Ramón Jiménez tenían un propósito parecido de integración, que escapaba a la idea de cerrar con cada libro una etapa independiente del quehacer literario. Sin embargo, en el caso de Cernuda existe algo que ha permitido que su labor haya ejercido tanta influencia en las generaciones poéticas de la larga posguerra española. De sus manos brotó ese arriesgado compromiso lírico que fue llamado «poesía de la experiencia» por quienes trataron de emularle. La labor de crítico, de traductor y profesor a que se dedicó Cernuda permite subrayar un objetivo deliberado de construir no solo un estilo propio, sino una idea misma de lo que debe ser el lenguaje poético. Los cambios en su tono, en la selección de su vocabulario o en sus preferencias métricas, corresponden a un duro proceso de depuración. Cernuda afirmaría que su exilio y el contacto con la poesía inglesa le habían librado de lo que, para él, eran los peores defectos de la lírica española: el patetismo y la grandilocuencia. Pero en esa consideración despechada se encierra lo que hizo más grande a Cernuda: la capacidad de integrar el lenguaje poético español en una corriente que alcanzaría relevancia en la segunda mitad del siglo XX. La poesía de la experiencia no es un relato de lo cotidiano sin exigencia lírica alguna, sino todo lo contrario. Responde al esfuerzo por objetivar las emociones mediante el lenguaje poético, haciendo que lo vivido, lo sentido, lo pensado por el autor sea comunicable en el circuito exclusivo de sus versos. La experiencia no es la anécdota del autor; es el poema que edifica líricamente esa circunstancia. Si en la lírica de Juan Ramón o Guillén el riesgo se encuentra en una deshumanización del material poético; si en Lorca el peligro se halla en un despliegue excesivo de imágenes autocomplacientes; si en Eliot acecha siempre el discurso de una orgullosa solemnidad, que todos estos genios supieron evitar jugándose el alma en cada verso, en la poesía de la experiencia puede alentar el fantasma de la banalidad y el prosaísmo. Pero el talento de Cernuda radica en haber proporcionado a la lírica española un lenguaje cuya sobriedad nunca supuso la pérdida de su esencia poética.
Un mundo cerrado En vísperas de la guerra civil, «La realidad y el deseo» parecía escapar a la dolorosa relación entre un Cernuda angustiado por sus opciones afectivas y un mundo cerrado a comprenderlas, para adquirir el rango de una cuestión más general. ¿No podemos considerar que la historia de aquella España, lanzada a descubrir su propia sustancia y su vigorosa voluntad en el periodo de entreguerras europeo, fue la terrible crónica de un enfrentamiento sin solución, entre el deseo voraz de construir una nación moderna y la realidad turbadora de la intolerancia, el atraso y las utopías violentas? Luis Cernuda era consciente de que la suya no era una queja personal, una aflicción íntima sino la expresión de un patriotismo que, en aras del amor a España, rechazaba todo aquello que implicara frustrar sus sueños de libertad. La primera edición de «La realidad y el deseo» aún no había alcanzado la magnífica entonación de un canto de exiliado al fuego de la España posible y apagada, en cuyas cenizas se mezclaban las esperanzas de todos los ciudadanos que forjaron la idea de nación desde el inicio mismo de la guerra de la Independencia. Pero se encontraban algunos de los versos más conmovedores de un autor que dejó pronto atrás la frialdad de la «poesía pura», para adentrarse en el compromiso de una literatura humanizada. En tres de sus secciones, «Invocaciones», «Los placeres prohibidos» y «Donde habite el olvido», Cernuda llamó al encuentro de los hombres a través del amor y el culto a la belleza. Y esa belleza no era solo referencia estética, sino valor emocional, apuesta por la integración de todos en la acogedora brillantez de la bondad. Todas las fases de desengaño, de llamada al olvido, fueron superadas siempre por la insaciable búsqueda del otro, del cuerpo, de la persona en la que cada uno de nosotros averigua su propia trascendencia: «Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío».
Soledad y desencuentro La denuncia de la soledad y el desencuentro nos parece hoy una inmensa metáfora de la quiebra de una convivencia esencial, la ruptura de una esperanza de conciliación. Esa metáfora habría de hacerse muy firme en el Cernuda que salió de España en 1937 para no regresar jamás. Pero se encontraba latente en aquellos versos tensos y desapacibles, exigentes de amor y rebeldes ante la ausencia de fraternidad entre los hombres. Los hombres hacia los que tendía sus palabras, hacia los que enviaba «un cuerpo interrogante» para captar «una mirada al azar, un roce al paso» que bastaban para que «el cuerpo se abra en dos», ávido de vivir junto a quien pudiera comprender esa inmensa necesidad de amor, natural a la condición humana, y a la que los españoles dimos la espalda al unísono pocas semanas después de que aquel formidable escritor presentara en Madrid una obra maestra.

Fuente ABC

Abracadabra. Este conjuro resonó en la cabeza de Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) de pequeño y él se empecinó en que también quería ser inventor y dueño de una palabra única. Un día, cayó en manos de este chaval nacido en una familia campesina extremeña emigrada a Madrid en plena posguerra un libro de Antonio Machado. “Yo voy soñando caminos de la tarde”, ha recitado esta mañana rememorando ese momento. “Soñar, caminos y tarde…¡Son las palabras de cada día, pero él las había convertido en mágicas!. Así, se dio cuenta de que él también quería llegar a ser ese tipo de mago. Tras casi 30 años de carrera ha llegado a la conclusión de que “un escritor debe hacer poderosas las palabras humildes e interesante a la gente vulgar”. Ante un centenar de adolescentes de entre 15 y 17 años, el autor ha desgranado el camino que le llevó hasta las letras, en un encuentro organizado por EL PAÍS en la Feria del Libro. Otro escritor, Juan Cruz, ha sido el encargado de moderar la charla. Aunque comenzó a escribir poesía en su adolescencia, el azar llevó a Landero por otros caminos hasta que publicó su primera novela, Juegos de la edad tardía (Tusquets), en 1989. Lo de esperar el momento adecuado le salió bien porque aquella ópera prima ganó el premio de la Crítica y el Nacional de Literatura de ese año. Landero ha animado a los jóvenes a que hurguen y conozcan su mundo interior a través de la escritura: “Todos somos únicos, pero tenemos que dejar que esa semilla de originalidad arraigue en nosotros. Y para eso hay que currárselo”. Retrasó su noviazgo con la literatura para vivir un amor de juventud con la guitarra. Un instrumento que le permitió alejarse de un futuro como oficinista y viajar por toda España en una gira junto a Manzanita. Luego llegó el traslado a París donde también dio clases de música y su licenciatura en Filología Hispánica en la Complutense. Y por fin, el momento de enviar su trabajo a una editorial. Su primer contacto con Beatriz de Moura, en aquel momento directora de Tusquets, no fue alentador. Landero escuchó a la editora al otro lado del teléfono criticando que alguien le hubiera enviado “esa basura” y asegurando que “aquello no tenía ningún valor”. En realidad, el trabajo al que se refería nada tenía que ver con el borrador de Landero y se estaba dirigiendo a otra persona mientras el autor en ciernes ya estaba al otro lado del aparato. La confusión duró unos segundos, pero la “enorme tristeza” que el escritor sintió durante ese tiempo, la sigue recordando casi 30 años después. “Con el tiempo he descubierto que la de escritor es una profesión muy solitaria. En media hora pasas de considerarte el mejor del mundo a un paria. La verdad es que hay que ser un poco inseguro para estar muy fuerte”. En el encuentro ha salido a la luz esa piel de profesor, una profesión que ejerció en un instituto de Madrid: “Escribid, escribidlo todo, cómo os sentís, lo que pensáis…La memoria es muy selectiva y si no pones las cosas por escrito, te acabas olvidando de todo”, ha pedido a los estudiantes. “¿Tú crees que eres único?”, le ha preguntado una asistente. “Sí claro. Y tú, y todos. Todos estamos condenados a la originalidad”, ha respondido y ha añadido que cuando era profesor de Literatura obligaba a sus alumnos a escribir al menos dos horas a la semana sobre ellos mismos. A través de la lectura es como él descubrió que su musa era su padre, y que se puede conocer más a alguien imaginario como Robinson Crusoe que a una persona de carne y hueso como Mariano Rajoy. La literatura no estaba en el destino de alguien que nació en el seno de una familia muy humilde y que aborreció un bachillerato de ciencias en una escuela nocturna mientras dedicaba las mañanas a trabajar para pagarse los estudios. Por eso, al ver dónde le ha conducido el azar, Landero solo ha podido resumirlo en una frase que ha brindado a los estudiantes: ”La vida es un viaje que sólo tiene un billete de ida y merece la pena ser uno mismo”. Fuente: El País

Kessel, un especialista en siríaco de la Universidad Philipps de Marburgo, en Alemania, estaba sentado en la biblioteca del propietario del códice, un acaudalado coleccionista de material científico singular de Baltimore. En ese instante cayó en la cuenta de que hacía tan solo tres semanas, en una biblioteca de la Universidad de Harvard, había visto una página huérfana demasiado parecida a las del libro como para ser una coincidencia. El manuscrito que tenía entre sus manos contenía una traducción de un antiguo e influyente texto médico de Galeno de Pérgamo, un médico y filósofo grecorromano que murió en 200 d.C. Le faltaban páginas, y, de repente, Kessel estuvo seguro de que una de ellas se encontraba en Boston. El hallazgo de Kessel, en febrero de 2013, supuso el inicio de una persecución de las restantes páginas por todo el planeta, búsqueda que culminó en mayo con la digitalización de la última de ellas, redescubierta en París. El documento podría aportar nuevas perspectivas sobre las raíces de la medicina y la difusión de esa ciencia desconocida por el mundo antiguo Los estudiosos apenas han empezado a leer detenidamente el texto, la copia más antigua conocida del tratado de Galeno De los preparados y los poderes de los remedios simples, un documento que podría aportar nuevas perspectivas sobre las raíces de la medicina y la difusión de esa ciencia desconocida por el mundo antiguo. “Es importante en muchos sentidos”, señala Peter Promann, especialista en greco-árabe de la Universidad de Manchester que actualmente dirige un estudio del texto. El manuscrito que Kessel sostuvo aquel día era un palimpsesto: un texto antiguo cubierto por otro más reciente. Hace siglos esta era una práctica común, una forma medieval de reciclaje. En este caso, los escribas sirios del siglo XI habían raspado el texto médico de Galeno y habían escrito himnos religiosos sobre el pergamino. El libro de himnos es interesante en sí, pero por ahora es el texto original, prácticamente inapreciable a simple vista y conocido como texto subyacente, el que ha cautivado la imaginación de los estudiosos. Durante siglos, los Remedios simples de Galeno fueron de lectura obligada para los aspirantes a médicos, la suma del conocimiento antiguo sobre medicina, cuidados de los enfermos y plantas medicinales. Su autor describió una raíz que cura “la aspereza de la garganta” y recomendó la marihuana como un remedio para el dolor de oídos “que no produce flatulencia” (aunque “seca el esperma”). Gran parte del tratado acabó traduciéndose al siriaco, una variante del arameo empleada por las comunidades cristianas de Oriente Próximo. El texto subyacente del manuscrito de Baltimore, probablemente del siglo IX d.C., es una copia de la traducción siriaca, completada a su vez concienzudamente en el siglo VI d.C. por Sergio de Reshaina, un médico y sacerdote sirio. “Hoy día, traducir de una lengua a otra no parece nada especial, pero en aquella época era un gran logro”, destaca Kessel. “Había que crear el vocabulario, descubrir palabras siríacas que correspondieran al léxico médico griego”. Hacia el siglo VI, los cristianos de lengua siríaca se estaban extendiendo al este de Turquía por Siria, Irak e Irán y necesitaban traducciones de las obras científicas griegas, en parte para que sirviesen de apoyo a labores misioneras como mantener en funcionamiento los hospitales. El Palimpsesto Siríaco de Galeno encuadernado. / Cortesía del propietario. Los Remedios simples era una obra extensa, un tratado en 11 volúmenes. Las traducciones que hizo Sergio del texto de Galeno se copiaron y se volvieron a copiar durante siglos, y acabaron por convertirse en un vehículo que sirvió para trasladar la sabiduría médica de los antiguos griegos a las sociedades islámicas. Los textos siríacos eran mucho más fáciles de traducir al árabe que los griegos. A medida que la influencia musulmana creció en Oriente Próximo, la población cristiana disminuyó, y con ella el siríaco. “Las grandes culturas cristianas que lo usaban padecieron mucho”, afirma Columba Stewart, director del Museo y Biblioteca de Manuscritos Hill, de Collegeville, en Minnesota. “Cuando apareció la investigación moderna, estas antiguas culturas siríacas eran tan solo un vestigio de sus antecesoras, y a menudo estaban aisladas de la cultura occidental, de manera que no conocen mucho”.
Una lectura reveladora Se sabe poco de la historia del manuscrito de Baltimore, conocido oficialmente como Palimpsesto Siríaco de Galeno, desde su reutilización en el siglo XI hasta la década de 1920, cuando fue vendido a un coleccionista particular en Alemania. Posteriormente, el documento se volvió a perder de vista hasta 2002. Entonces un coleccionista lo adquirió en una venta privada. El comprador no ha sido identificado públicamente. En 2009, el Palimpsesto de Galeno se cedió en préstamo al Museo Walters de Arte para que un grupo de especialistas independiente tomase imágenes espectrales de sus páginas, para revelar el texto subyacente de Galeno que había sido borrado. Cada página se fotografía a altísima resolución con colores y configuraciones de luz variables que iluminan las tintas, los surcos de la escritura y el propio pergamino de diversas maneras. Los algoritmos informáticos aprovechan estas variaciones para obtener la máxima visibilidad del texto subyacente. Las imágenes resultantes se colgaron en Internet con una licencia de uso compartido creativo (creative commons), lo que significa que cualquiera puede utilizar libremente el material para fines no comerciales. Cuando las imágenes estuvieron en la Red, William Noel, conservador de manuscritos y libros raros del museo, empezó a organizar a los miembros de la diminuta comunidad académica dedicada el estudio de los textos científicos en siríaco para que investigasen el nuevo material. Muy pocos consejos de Galeno resistirían el escrutinio moderno Uno de ellos era Kessel, que se encontraba en Washington con una beca para la Biblioteca de Investigación Dumbarton Oaks de Harvard. Mike Toth, el ingeniero de sistemas que dirigió el trabajo de toma de imágenes, consiguió organizarlo todo para que pudiese ver el palimpsesto por sí mismo. “Ni siquiera podía imaginarme qué aspecto tendría”, recuerda Kessel. “Cuando vi el manuscrito tuve esa sensación de déjà vu, de que ya lo había visto. Y entonces recordé la página suelta de la biblioteca de Harvard”.
Llenar las lagunas Mediante el análisis del tamaño de las páginas, la escritura y otras características, así como del texto visible, Kessel pudo determinar que la página de Harvard, efectivamente, llenaba una de las lagunas del Palimpsesto de Galeno. Pero, al parecer, faltaban otras seis. El investigador se propuso encontrarlas. Empezó por una lista de 10 bibliotecas en las que se sabía que había documentos siríacos y peinó los catálogos disponibles en Internet para buscar pistas como las dimensiones correctas o vagas referencias al texto subyacente. En ocasiones se desplazó él mismo a las bibliotecas. Las buenas nuevas no tardaron en llegar. Kessel encontró una de las páginas que faltaban en un catálogo del Sagrado e Imperial Monasterio del Monte Sinaí trillado por Dios, más conocido como Monasterio de Santa Catalina en el desierto de Sinaí, en Egipto, que tiene la biblioteca en funcionamiento ininterrumpido más antigua del mundo. Otra página apareció en la Biblioteca Nacional de Francia en París. Y en la enorme biblioteca del Vaticano, en Roma, logró identificar las otras tres, con lo que el total sumaba seis. Se cree que la séptima página estaba en blanco y probablemente fue desechada.
Un vínculo fascinante Nadie sabía qué parte del tratado Remedios Simples estaba escondida en el palimpsesto. Aparte de esta, la única copia conocida se encuentra en la Biblioteca Británica en Londres e incluye únicamente los libros 6 a 8. Las traducciones de estos volúmenes finales de la serie son las más frecuentes, porque contienen más información específicamente médica, así como detalles acerca de las propiedades de las plantas. Pero a medida que sus estudios preliminares avanzaban, Kessel y sus compañeros detectaron algunas palabras de los libros 2 y 4 en una de las páginas sueltas. Los especialistas conocen el texto completo del tratado, pero solo a través de traducciones más recientes a otras lenguas diferentes del siríaco. “Fue algo absolutamente inesperado”, declaraba. Siam Bhayro, especialista en estudios paleojudaicos de la Universidad de Exeter, en Inglaterra, pensaba que Sergio tenía que haber traducido los primeros libros, pero hasta entonces no había pruebas. Cuando oyó que Kessel podría haber encontrado páginas de las traducciones tempranas “estuvo a punto de ponerse a bailar”, confiesa. Otro de los fascinantes descubrimientos de Kessel fue una nota en árabe en la primera página que indicaba que el manuscrito –por entonces un libro de himnos que ocultaba el texto de Galeno– había sido donado a los hermanos del monasterio del Sinaí, en referencia a Santa Catalina. Cómo salió del monasterio es algo que no está claro. Sobre todo a principios del siglo XX, algunos ejemplares de la biblioteca se tomaron legítimamente en préstamo, mientras que otros los robaron visitantes que esperaban venderlos en privado. El manuscrito era un palimpsesto: un texto antiguo cubierto por otro más reciente. Hace siglos esta era una práctica común, una forma medieval de reciclaje Actualmente, el equipo independiente de toma de imágenes está acabando el trabajo necesario para añadir las páginas redescubiertas a la colección digital. Pero traducir y estudiar el texto siríaco revelado por las imágenes llevará mucho más tiempo, tal vez cinco años como mínimo. La tarea está en curso en estos momentos gracias a una reciente subvención de 1,5 millones de dólares del Consejo de Investigación de Artes y Humanidades de Reino Unido. Los especialistas están ansiosos por comparar el material en siríaco con las copias existentes del tratado escritas en griego, toda ellas aparentemente varios siglos anteriores al Palimpsesto de Galeno y mucho menos fieles al original. A medida que los textos pasaban por diferentes sesiones de copia, iban experimentando cambios significativos. Un copista podía suprimir partes que no le pareciesen importantes o añadir otras basándose en nuevos conocimientos. Comparar el Palimpsesto de Galeno y la copia en siríaco de la Biblioteca Británica podría ofrecer una visión reveladora de la forma de tratar a los enfermos de los antiguos griegos y de cómo estos remedios se difundieron por Oriente Próximo. Guardar El texto recomendó la marihuana como un remedio para el dolor de oídos “que no produce flatulencia” (aunque “seca el esperma”) A pesar de los avances que hizo posibles, “según nuestro criterio, no todo es completamente científico”, puntualiza Petit. De hecho, muy pocos consejos de Galeno resistirían el escrutinio moderno. Igual que otros médicos de la Antigüedad, creía que la salud dependía del equilibrio de los cuatro “humores” del cuerpo, y recomendaba determinadas piedras por sus poderes purificadores. “El sistema de Galeno es un completo disparate”, remacha Bhayro. Aun así, era la mejor teoría disponible en una época en la que la idea en sí de la ciencia médica era relativamente nueva. “Cuando esté descifrado totalmente es probable que se convierta en un texto capital”, pronostica Pormann, de la Universidad de Manchester. “Tal vez descubramos cosas que ahora no podemos ni soñar”. Traducción de News Clips © 2015 New York Times News Service

El Congreso de los Diputados ha aprobado este jueves la Ley que concede la nacionalidad española a los sefardíes originarios de España. La norma posibilitará la adquisición de la nacionalidad española por los sefardíes descendientes de los judíos expulsados de España en el siglo XV, sin necesidad de que renuncien a su nacionalidad y sin exigencia de residencia en España. Los ministros de Justicia y de Exteriores, Rafael Catalá y José Manuel García-Margallo, respectivamente, han pedido la palabra en el pleno para asegurar que se trata de una decisión histórica "que repara una injusticia de hace 500 años". Esa concesión ha sido apoyada por todos los grupos parlamentarios, pero las críticas de la oposición han venido de la exclusión de otros colectivos como los ciudadanos del Sáhara. La ley establece un procedimiento de concesión de la nacionalidad española a través de la carta de naturaleza. Se considera que la condición de sefardí es, por sí misma, una circunstancia excepcional que permitiría la concesión de la nacionalidad española, se suprime la necesidad de residencia y los solicitantes no tendrán que renunciar a su nacionalidad anterior —como venía sucediendo hasta ahora— por razón de la especial vinculación con nuestros valores y cultura, equiparándolos a otros supuestos análogos, según el Ministerio de Justicia. Los interesados tendrán un plazo de hasta tres años, prorrogable por otro, para expresar su deseo de adquirir la nacionalidad española, a partir de la entrada en vigor de la Ley. La acreditación de su especial vinculación exigirá la superación de una prueba de evaluación de conocimientos de Lengua, Cultura y Costumbres Españolas, gestionada por el Instituto Cervantes. Los solicitantes provenientes de países de habla hispana quedarán exentos de la prueba de idioma y las gestiones pueden hacerse de forma electrónica. La concesión de la nacionalidad requiere el cumplimiento de dos requisitos: justificar la condición de sefardí y la especial vinculación con España. Fuente: El País

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