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EN 1979, la recién creada Universidad del País Vasco creó la figura de catedrático extraordinario para seis prestigiosos profesores que incorporó a su claustro: el psiquiatra Julián de Ajuriaguerra, el filólogo Carlos Blanco Aguinaga, el etnógrafo Julio Caro Baroja, el lingüista Luis Michelena, el filósofo Miguel Sánchez-Mazas y el historiador Manuel Tuñón de Lara. Esta semana ha fallecido el último superviviente del grupo, Blanco Aguinaga, a sus 86 años. De los seis, la UPV sólo supo retener a dos: Michelena y Tuñón de Lara. Fueron años de violencia estúpida y criminal, durante los cuales las flamantes autoridades académicas intentaron en vano pacificar una comunidad universitaria dividida e internamente enfrentada, contemporizando con los más bestias del cotarro. Estos camparon a sus anchas durante dos décadas por los campus, reventando reuniones claustrales y arrasando las instalaciones cuando alguna iniciativa institucional no era de su agrado. Así lo hicieron, por ejemplo, durante el homenaje de la Universidad vasca a Francisco Tomás y Valiente, un año después de que el catedrático y antiguo Presidente del Tribunal Constitucional fuera asesinado por el etarra Bienzobas en su despacho de la Universidad Autónoma de Madrid. Los catedráticos extraordinarios de 1979 no habían sido nombrados solamente por su solvencia científica, que era incuestionable, sino por su «limpieza de sangre» ideológica. La UPV no admitió en dicha categoría a ningún profesor de derechas ni del centro-derecha. Era su contribución tácita a la purga política que el nacionalismo vasco estaba poniendo en marcha so pretexto de no provocar a los etarras. De los seis catedráticos extraordinarios, tres se situaban en el campo del PNV (alguno sólo como simpatizante) y los otros tres en la izquierda. No sirvió de nada. Carlos Blanco Aguinaga lo ha contado. La primera junta de Facultad en la que participó fue interrumpida por varios matones de Herri Batasuna, con los que terminó enzarzándose en una pelea a guantazo limpio. Porque Blanco Aguinaga no contemporizó. Acabó hartándose y regresó a la Universidad de California con un equipaje de experiencias amargas cuyo inventario expuso, sin contemplaciones, en la segunda entrega de sus memorias, De mal asiento (Madrid: El Caballo de Troya, 2010): un retrato bastante fiel e inmisericorde del País Vasco de los años ochenta del pasado siglo. Blanco Aguinaga nació en Irún, en 1927. A los diez años marchó al exilio. Primero a Francia, donde su padre fue cónsul de la República en Hendaya, y después a México. Estudió en Harvard. Discípulo de Amado Alonso, se doctoró en el Colegio de México con una tesis sobre Unamuno, teórico del lenguaje. En 1948, se enroló en un barco mercante que hacía contrabando de armas para Israel. Formó parte de la generación literaria mejicana de los años cincuenta, con Salvador Elizondo y Carlos Fuentes. Fue profesor en la Universidad de Ohio y en la Johns Hopkins, de Baltimore, donde trató a Leo Spitzer y a Pedro Salinas. Recaló finalmente en la Universidad de California en San Diego. Volvió a España en los sesenta, como director de los cursos de verano de dicha universidad en Madrid, y se afilió al PCE. Seguramente, se le recordará sólo como historiador marxista de la literatura, pero el más brillante de sus ensayos, El Unamuno contemplativo (1960), es un clásico de la crítica estilística que llamó la atención de los más grandes romanistas de la época, como Spitzer y Raimundo Lida. Fue un profesor excepcional. Su muerte, con la muy reciente aún de Antonio Regalado, supone la desaparición definitiva del hispanismo del exilio.

 

Fuente: Jon Juaristi

Extremadura rescata el controvertido documental de Luis Buñuel, 'Las Hurdes, tierra sin pan', para analizar su impacto en la proyección exterior de la comarca y su importante transformación en la calidad de vida de sus habitantes en estos 80 años. La figura del cineasta aragonés será protagonista de las jornadas 'Las Hurdes desde Buñuel' que se celebrarán los días 4 y 5 de octubre en la Hospedería Hurdes Reales, en la localidad de Las Mestas, al Norte de Cáceres. Se trata de "sacar lo positivo" a este documental y aprovechar la "polémica" que generó su proyección allá por el 1933 para "hablar abiertamente" de lo que supuso Buñuel para la comarca, según ha explicado el presidente del Grupo de Acción Local de Las Hurdes y alcalde de Caminomoriso, Gervasio Martín. Durante dos días, especialistas del mundo del cine, la literatura o la narración abordarán, no sólo la aportación del cineasta, sino la suma de todos los "elementos" que han contribuido al desarrollo de Las Hurdes y sin los cuales no podría entenderse hoy en día la imagen de la comarca. Así, el director de este proyecto, Jesús María Santos, se ha referido a los valores que le han aportado otras disciplinas como la literatura, las leyendas o los relatos de la realidad hurdana, que han propiciado que tenga una "imagen extraordinariamente poderosa que pocos lugares tienen en el país". En representación del mundo cinematográfico, aportarán, entre otros, sus reflexiones Fernando Lara, crítico de cine, Carlos Barbáchano, biógrafo de Buñuel, y los cuatro directores de las Filmotecas directamente afectadas por el documental: la española, la de Extremadura, Castilla y León, y Zaragoza. Las jornadas se adentrarán además en el mundo de la literatura de la mano del profesor de la Universidad de Extremadura (UEX), Enrique Santos Unamuno, y uno de los grandes investigadores de la tradición hurdana, Fernando Rodríguez de la Flor; así como en el espacio imaginario con narradores como Bernardo Atxaga y Álvaro Valderde. Como las jornadas pretenden valorar el impacto de todos estos elementos en la imagen de las Hurdes y, por tanto, su relación con la economía, no faltarán expertos en "Marca" como responsables en esta área de Telefónica, Coca Cola y RTVE. En definitiva, ocho décadas en las que la comarca ha conservado "inalterable" la riqueza de sus paisajes naturales, referentes en el conjunto del país, pero donde sus habitantes han obtenido destacados avances en materia de educación, sanidad o cultura, tal y como ha subrayado la presidenta de la Mancomunidad y alcaldesa de Pinofranqueado, Vanesa Martín. La Filmoteca de Extremadura participa en esta conmemoración y durante el mes de octubre sus cuatro sedes de Badajoz, Cáceres, Mérida y Plasencia proyectarán 'Las Hurdes, tierra sin pan'. En la rueda de prensa ha estado presente también el consejero de Administración Pública, Pedro Tomás Nevado Batalla, quien ha destacado que su Ejecutivo no quería dejar pasar la oportunidad de colaborar en esta iniciativa. Una iniciativa que tiene como punto de partida el documental de Buñuel, que evidenció esa "falta de desarrollo" pero que también sirvió para generar conciencia de la "riqueza paisajística de la comarca".

Fuente: EFE

Una gran exposición en el Palacio Real de Madrid conmemora el 450 aniversario de la colocación de la primera piedra de este monasterio. ABC entra en sus rincones más ocultos 13 de septiembre de 1598. 5 de la mañana. Felipe II ha muerto. El Rey fallecía en El Escorial, el Parnaso que había mandado erigir en la sierra de Guadarrama. Se construyó en apenas 21 años. El Monarca murió solo: vio cómo habían ido falleciendo sus cuatro esposas, seis de sus ocho hijos, sus hermanas, algunos nietos... ¿La causa de su muerte? Cualquiera de las 22 enfermedades que padecía, según diagnosticó siglos después Gregorio Marañón. Desde su lecho, en sus postreras horas, Felipe II pudo contemplar su oratorio y el altar mayor de la basílica de su amado monasterio, su gran legado, que levantó como residencia y panteón real, pero también como lugar de culto a la Virgen, los santos y sus reliquias. Máximo exponente de la Contrarreforma, es convento (primero albergó amonjes jerónimos, pero, desde 1885, está adscrito a los agustinos), seminario, biblioteca...
Fe y razón, cultura y religión Un lugar donde fe y razón, cultura y religión, van de la mano. El Rey se ocupó de él hasta en su testamento: «Encargo mucho al Príncipe, mi hijo, y a otro cualquiera que por tiempo venga a suceder en estos Reinos, la casa y Monasterio de Sanct Lorenzo el Real y todo lo que le toca y tocare a aquella fundación, para que sea ayudada, mirada y favorecida». El pasado 23 de abril se cumplían 450 años de la colocación de la primera piedra de la que fue considerada en la época la octava maravilla del mundo, tan solo comparable al Vaticano del siglo XVI en sus riquezas. Efeméride que quedó un tanto olvidada, pero que será noticia el próximo día 16, cuando la Reina inaugure en el Palacio Real una magna exposición que saca a la luz muchos de sus tesoros:«De El Bosco a Tiziano. Arte y Maravilla en El Escorial». Organizada por Patrimonio Nacional y patrocinada por la Fundación Banco Santander, está comisariada por Fernando Checa y permanecerá abierta del 17 de septiembre al 12 de enero.
Gran valor simbólico Hasta El Escorial viajamos para conocer los secretos que encierra entre sus muros. Durante siglos el monasterio ha estado envuelto en un halo de misterio. Su enorme valor simbólico, su rica y compleja iconografía, han dado pie a todo tipo de especulaciones mágicas, esotéricas, judeomasónicas... Sus enigmas han atraído a historiadores como Henry Kamen o Jonathan Brown, y hasta Iker Jiménez ha ido a la caza de fenómenos paranormales. Quizá un día se pase por allí Dan Brown y nazca el «Código Herrera»: Juan de Herrera fue el artífice de este milagro arquitectónico. Él se llevó la gloria, aunque, para ser justos, la traza del monasterio es obra de Juan Bautista de Toledo.
A lo lejos, el Monasterio de El Escorial se alza majestuoso
Aún faltan varios kilómetros para llegar, pero ya se divisa a lo lejos su célebre silueta: el monasterio se alza majestuoso. Nos esperan unos cicerones de lujo: Carmen García-Frías, conservadora de Patrimonio Nacional y gran conocedora del monumento, yManuel Terrón, delegado del Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial. Son las 10 de la mañana. Como todos los días, hay misa en la basílica en honor a la patrona, la Virgen del Patrocinio. Siempre sobrecoge visitar este monasterio, de gran austeridad y que ocupa más de 33.000 metros cuadrados. Durante casi cinco horas recorremos estancias accesibles para las cerca de 500.000 personas que visitan anualmente el monumento (más de 730.000 tuvo la muestra deDalí en el Reina Sofía en apenas cuatro meses; eso sí que es un fenónemo paranormal). Pero también lugares cerrados al público: el monasterio es un laberinto y, bajo él, todo un universo subterráneo.
Más de 7.000 reliquias Dos grandes altares-relicarios, pintados por Federico Zuccaro -tienen acceso por ambos lados-, encierran más de 7.000 reliquias de santos y santas. La colección atesorada por Felipe II era la mayor del mundo. Estos armarios solo se abren en ocasiones especiales. En la exposición veremos algunos dibujos preparatorios de las pinturas de Zuccaro. Una curiosidad: las reliquias que obispos y priores mandaban al Rey iban acompañadas de su correspondiente certificado de autenticidad. Como cualquier galería de arte hace cuando vende una obra. Se las conoce como las «Auténticas», y el monasterio posee más de 300: dos de ellas estarán en la muestra del Palacio Real. Son verdaderas joyas.
«El Calvario» de Van der Weyden se está restaurando en el Prado
Otro lugar sin acceso público es laespléndida sacristía, presidida por «La Adoración de la Sagrada Forma», de Claudio Coello. En su día ocupó este lugar «El Calvario», de Van der Weyden, obra maestra que prosigue su restauración en los talleres del Prado. Cuelgan en la sacristía importantes lienzos y, sobre el mobiliario, diseñado por Juan de Herrera, valiosos objetos decorativos, como un espejo, regalo de Mariana de Austria. En muy contadas ocasiones, el lienzo de Claudio Coello desciende, quedando a la vista el camarín de la Sagrada Forma con su espectacular Custodia que hay tras él. Durante el recorrido, vamos descubriendo algunas de las muchas joyas del monasterio: el precioso «Cristo Crucificado» de Cellini, que éste esculpió para su propia tumba, pero que el Duque de Toscana adquirió para regalárselo a Felipe II; otro Crucificado, éste de Bernini, en la celda prioral baja, bajo los frescos de Francesco de Urbino y rodeado de obras de El Bosco: algunas («La coronación de espinas», «El Calvario») ya están en el Palacio Real para la exposición.
Tiziano, el deseado En las salas capitulares se aprecia la devoción que Felipe II sentía por artistas como Tiziano, El Bosco, Michel Coxcie, Navarrete el Mudo, Antonio Moro, Ribera, Van Dyck... La Iglesia Vieja o de prestado, como también se la conoce, fue el antiguo dormitorio de Felipe II. Cuentan que fue aquí donde informaron al Rey de la derrota de la Armada Invencible. En su día la iglesia estuvo presidida por tres obras de Tiziano, que ahora volverán a unirse en el Palacio Real.
Debajo de la silla prioral de la sacristía está la primera piedra
Todo está listo para el almuerzo de los monjes en el Refectorio, presidido por una copia de un lienzo de Juan de Juanes. Justo debajo de la silla prioral se halla la primera piedra del monasterio, colocada en 1563. Para llegar a ella bajamos empinadas escaleras, pasamos estrechos pasadizos... Una sala abovedada cuenta con enormes tinajas. En una está escrito: «Pa que no nos falte». Toda una declaración de intenciones... La magia del momento de hallarnos en las mazmorras del monasterio en busca de la primera piedra (lo más cerca que estaremos nunca de Indiana Jones) queda rota por unos coches aparcados muy cerca, que nos devuelven a la realidad. La piedra en cuestión, que se descubrió en 1971, está tras una puerta. Solo es visible una cara: está inscrito, en latín, el nombre del Rey. En las caras ocultas, otras inscripciones: una en recuerdo del arquitecto Juan Bautista de Toledo (murió cuatro años después). En los pasillos del monasterio nos presentan al padre Gonzalo, que durante 18 años fue prior. Es una institución. «Se querían llevar la piedra a un museo, yo no lo permití», dice con orgullo.
La sombra de Felipe II Son innumerables las curiosidades del monumento: su diseño en forma de parrilla, la sala de los secretos (su acústica permite hablar de un rincón a otro sin smartphones de por medio), la preciosa Lucerna en las galerías de clausura, una meridiana solar con signos del zodiaco en el suelo del Palacio de Felipe II, las «Necesarias», un sistema de canalización de aguas del edificio; el Pudridero, custodiado por los agustinos, donde se instalan durante años los restos mortales de Reyes y Reinas antes de pasar al panteón...
La última piedra del monasterio se puso el 13 de septiembre de 1584
Muy audaz, la bóveda plana diseñada por Juan de Herrera. Creyeron que no soportaría el peso y le obligaron a poner una columna. Cuentan que al Rey no le gustó dicha columna porque estropeaba la visión de la basílica desde el exterior. El arquitecto la derribó de un manotazo. Todos huyeron menos Felipe II, que exclamó: «Herrera, Herrera, con el Rey no se juega», dicho que se hizo muy popular. Vamos hasta el Patio de los Reyes para descubrir la última piedra del monasterio, colocada el 13 de septiembre de 1584. Hay que mirar hacia el tejado y tener buena vista: está señalada con una cruz. «Casi todos los que a ver El Escorial se llegan, van con ateojeras, con prejuicios políticos y religiosos... Van a buscar la sombra de Felipe II, mal conocido y peor comprendido, y si no la encuentran, se la fingen», escribía Unamuno. Imposible no darse de bruces con la sombra de Felipe II, presente en cada rincón de este impresionante monasterio, plagado de innumerables secretos por descubrir.
Una cámara acorazada llena de tesoros bibliográficos
N. P. EL ESCORIAL
Uno de los lugares más especiales del monasterio es su impresionante Biblioteca. Impresiona por varios motivos. Visitamos la bella sala rectangular, de 55 metros de longitud, con globos terráqueos y astrolabios en el centro y frescos de Pellegrino Tibaldi, un artista muy cercano a Miguel Ángel, en el techo. Recuerda, en cierta medida, al de la Capilla Sixtina. Permanece casi igual que en 1593. En las estanterías dóricas, de maderas nobles, diseñadas por Juan de Herrera y muy bien conservadas, unos 14.000 libros impresos, colocados de manera muy peculiar: con los cantos de las hojas hacia fuera. Nos explica el padre José Luis del Valle, que fue prior del monasterio y lleva más de 20 años como director de la Biblioteca, que así respira mejor el papel y que, al dorar los lomos, se sellan las hojas, aislándolas del polvo. Así se conservan mejor. ¿Cómo localizar cada volumen? Se anota en el canto de las hojas el título o una palabra clave del libro.
Contagia su pasión bibliófila. «Tenemos la mejor colección de manuscritos árabes, hebreos, griegos y chinos de España», advierte sacando pecho el padre José Luis. Nos acompaña al sanctasanctórum de la Biblioteca: una sala con unos 6.000 manuscritos únicos. En este espacio la humedad es constante; la luz, muy tenue. En una cámara acorazada reposan joyas excepcionales, como el «Códice Áureo», del siglo XI (con los cuatro Evangelios y las letras de oro); dos ejemplares de las «Cantigas», del siglo XIII (uno con 200 cantigas y otro con 400, profusamente ilustrado); el «Apocalipsis Figurado» de la Casa de Saboya, cuatro de las cinco obras de Santa Teresa, el célebre libro de los «Juegos de Ajedrez, dados y tablas»... El manuscrito más antiguo que se conserva en la Biblioteca es del siglo VI, de San Agustín. De algunas de estas joyas se han publicado facsímiles, que nos muestra.
Habla con orgullo de la importante colección de cantorales (220), del excepcional archivo de música... Encerrados en cajoneras y perfectamente protegidos, preciosos dibujos preparatorios de algunos frescos del monasterio (nos muestra uno de Francesco de Urbino para la celda prioral baja), partituras, las «Auténticas» de las reliquias (más de 300)... Una sala contigua está abierta a investigadores. Los fondos están digitalizados. Se acaba de publicar, en tres volúmenes, el catálogo de la colección de libros impresos y en diciembre verá la luz el catálogo de incunables.

Fuente: ABC

El capitán participó en las campañas de Flandes, intervino en las negociaciones con la soldadesca en el Saco de Amberes y murió en Marruecos durante la batalla de Alcazarquivir (1578) Francisco de Aldana fue uno de esos tipos que nos forjaron como nación. Uno de esos hombres cuajados en acero, que siempre supo por dónde se ponen los pantalones, o las calzas, por mejor decir. Uno de esos españoles con las gónadas bien puestas y generosísimas en su ánimo y su esfuerzo. Un español de aquellos del siglo XVI, valientes, titánicos y hercúleos, que derrochando su sangre, su sudor y sus lágrimas levantaron en nombre de Dios y de España aquel Imperio en el que no se ponía el sol. Francisco de Aldana se ganó la vida repartiendo estopa a manos llenas, espadazo va espadazo viene, jugándose una y otra vez el pellejo ante los herejes, primero, más tarde ante la morisma, que sería la encargada de finiquitarle en Marruecos, en la trágica derrota de los portugueses en Alcazarquivir. Más de una vez le escabecharon el cuerpo en el combate, más de una vez fue objeto de envidia, más de una vez también le tocó lidiar con los bravos y feroces soldados de los Tercios, cuando a estos las exhaustas arcas de Felipe II no les pudieron abastecer de sus pagas.
La bandera en los dientes Aunque viniera de gente de moderada alcurnia, el capitán era querido por la tropa, el mayor halago para un militar, probablemente más allá del valor y la fiereza en el combate. El coraje le venía de antiguo. Uno de sus tíos, Juan de Dios de Aldana, a la sazón alférez del rey Alfonso V de Portugal, fue espanzurrado y pasó a mejor vida en la batalla de Toro, sosteniendo la bandera de su señor con los dientes, pues ya le habían desmembrado los brazos. Y su padre, fue oficial de altísimo rango de la tropa española en la Florencia de Cosme I de Médicis. Pero no solo fue uno de nuestros más brillantísimos comandantes, uno de nuestros más firmes adalides, uno de nuestros más aventajados militares. Porque Francisco de Aldana fue también uno de los más grandísimos literatos de su época, un hombre renacentista, políglota, educado en la enjundia, la fineza y la sabiduría de la cultura clásica.
Lope, Cervantes, Quevedo admiraban a Aldana
Fue poeta de pro, además de combatiente. Como lo había sido el gran Garcilaso, como lo serían después soldados y vates en una misma piel española: Quevedo (más bien espía que militar), Cervantes, Lope de Vega y Calderón. Tipos que empuñaban con el mismo ánimo y envite el arcabuz y la pluma, la daga y el tintero. Cervantes tenía a Aldana por «El Divino», Quevedo lo llamó «doctísimo español, elegantísimo soldado, valiente y famoso soldado en muerte y en vida» y Lope de Vega le dedicó encendidos versos: «Tenga lugar el Capitán Aldana / entre tantos científicos señores, / que bien merece aquí tales loores / tal pluma y tal espada castellana».
Francisco de Aldana: el guerrero poeta de los Tercios que murió en tierra del Moro
ABC
Sebastián de Portugal: a sus órdenes murió Aldana Poco se sabe sin embargo de la vida de este héroe que se dejó la piel en media Europa batiéndose por España como un titán. Algo nos informa el propio memorial que un día el mismísimo Aldana le remitiera a Felipe II, manuscrito que ahora descansa en el Archivo General de Simancas. Y sobre todo nos ponen al día las vibrantes páginas que Fernando Martínez Laínez dedica a este literato y soldado en su libro «Escritores 007» (Atanor Editores). Del hilo de Laínez tiraremos de aquí en adelante para perfilar el dibujo de aquel español de verso y estocada.
Fiel acero toledano En 1537 llegó Francisco de Aldana a este mundanal ruido. Unos apuntan que en Alcántara, otros que en Valencia de Alcántara, y no faltan los que sugieren que su alumbramiento sería en la villa de Nápoles, donde su padre servía entonces al Duque de Alba. Coinciden todos en que de una u otra manera el origen de su familia era extremeño. Su vida estaba destinada a la milicia, y su bravura no se hizo esperar, y antes de los dieciséis años ya calzaba peto, se jalonaba la testa con un casco y orlaba su cintura un espadón de fiel acero toledano, fiel espada triunfadora. No tardaría Aldana en conocer la gloria castrense apenas siendo un veinteañero (entonces los hombres crecían más deprisa), en aquellabatalla llamada de San Quintín (1557), gran victoria sobre la tropa gabacha que conmemoraría Felipe II construyendo la octava maravilla del mundo, el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Los Países Bajos fueron lugar de terribles escabechinas
Después de ser lugarteniente de su propio padre, aquel descollante soldado no podía ya escapar al imperial destino y marchó a Flandes para servir al tercer Duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, esforzado entonces en dura pelea con los rebeldes holandeses. Francisco de Aldana fue uno de sus principales oficiales y así se le encomendó dirigir la artillería en uno de los momentos más terribles de aquella contienda, el sitio de Haarlem, comenzado en diciembre de 1572, una escabechina de proporciones gigantescas entre la gente de los Países Bajos y los nuestros. Una carnicería en la que no faltaron toques a degüello, decapitaciones y crueldades terribles por ambas partes. Nuestro propio Aldana tampoco salió indemne de la espeluznante refriega, un disparo de mosquete le atravesó un pie. Mientras se curaba en el hospital, calló el soldado y habló el genial poeta: «¡Oh galanamente y bien / está mi mal remediado. / Herido y despedazado / y habrá de quedar también / tras cornudo, apaleado». Se refería con cruel ironía a las críticas recibidas por su gestión artillera en aquella industria de Haarlem.
El Saco de Amberes Siguió Aldana en Flandes, como principal ayudante del duque hasta que el de Alba fue sustituido por Luis de Requesens, y el bravo oficial recibió un encargo lejos de sus dotes guerreras, aunque no humanas: intermediar con la soldadesca que andaba rebelada por no cobrar durante meses y meses su soldada. Los amotinados acabaron organizando una gresca formidable conocida como el Saco de Amberes, donde se dieron a descoyuntar holandeses de lo lindo, con aquella terrorífica frase que pasó a la Historia para mostrar su ira:«Cenaremos en Amberes o desayunaremos en el infierno».
Aldana se burlaba de quienes medraban en la Corte
A la postre, Francisco de Aldana consiguió mediar ante la tropa, pero la desilusión entre lo que veía en la guerra y lo que se imaginaba que vivían otros en la corte afiló su lengua y su pluma: «Mientras, cual nuevo sol, por la mañana / todo compuesto andáis ventaneando / en jaca sin parar, lucia y galana, / yo voy sobre un jinete acá saltando / el andén, el barranco, el foso, el lodo, / al cercano enemigo amenazando». Aldana estaba cansado. Habían sido veinte años partirse la crisma por Dios, por España, por el Rey, por el Imperio. Había matado por doquiera, había peleado como gato panza arriba a cientos de leguas de la Patria, las cicatrices, los resquebrajos, los destrozos en el cuerpo y en el alma recordaban las dos décadas de encarnizada lucha en los Tercios. Y en los momentos libres, apenas un rato para sus tercetos encadenados. Ya era hora de volver al terruño, y esperar la merecida recompensa por su denuedo, y por su generosa demostración de agallas en la lucha.
El reposo del guerrero Llegado a Madrid, Su Majestad Católica le tiene por uno de sus más bravos capitanes, le tiene en alta estima, y también sus versos comienzan a ser conocidos más que bien reconocidos. Escribe entoncesGil de Polo, otro escritor de la época: «Este es Aldana, el único monarca que junto ordena versos y soldados». Pero aquel soldado ha perdido media vida en sus esfuerzos. Y quiere soledad, quiere sosiego, quiere la paz que no ha tenido, sentirse a gusto en contacto con la Madre Natura, acercarse por fin a Dios. Y así escribe su Epístola a Arias Montano, el sabio secretario de Felipe II: «Y porque vano error más no me asombre,/ en algún alto y solitario nido / pienso enterrar mi ser, mi vida y nombre...». Pero el viejo guerrero no descansa. El combatiente imperial permanece atento, siempre alerta ante los manejos de los muchos enemigos de España y dado su carisma ante el monarca le avisa vivamente, y da nombres de los que acechan: Francia, El Turco, los protestantes europeos, los ingleses y Marruecos. Incluso, presiente que hasta los moriscos puedan rebelarse: «Entonces la morisma que está dentro/ de nuestra España temo que a la clara/ ha de salir con belicoso encuentro». Por si no fuera suficiente prevenir al rey, también lo hace con el gran jefe militar Don Juan de Austria: «Dígote que la ibera monarquía / veo a los pies caer de la fortuna; / crece la rebelión y la herejía..». Se cuenta que se le hizo caso, y que la Armada Invencible que cruelmente destrozaría la Mar Océana fue una de las consecuencias de sus avisos y cautelas.
Espiando a la morisma Mientras don Francisco de Aldana combate desde la razón, sin armas de por medio, otros y cercanos se preparan para la lucha: el reySebastián de Portugal quiere tirar de espada contra el Moro que anda liándola y jorobándola en tierras marroquíes. Sebastián quiere echarse al mar por el Alentejo y el Algarve y plantarse allá por Larache a darle escarmiento al sarraceno. Al menos tiene la precaución de mandar antes allí al bueno de Aldana para que eche un buen vistazo. Nuestro querido caballero no dice que no, y disfrazado de comerciante judío y aprovechando su don de lenguas (y unas cuantas triquiñuelas que le enseñara su nodriza, una negra africana) inicia las pesquisas.
El rey Sebastián de Portugal quería sangre mora
Volverá con un detallado informe de la tropa musulmana que pronostica duros quebrantos para los cristianos si se afanan en combatir allí. El rey, joven, impetuoso y valiente cruzado no se arredra aunque su tío Felipe le pide que desista. Pero el cuerpo le pide sangre al audaz lusitano, le pide sangre del Islam. La tropa se embarca, con Francisco de Aldana al frente de la infantería. Sus designios se cumplen. Un calor insoportable se incrusta en las corazas y los cascos cristianos, la marcha es agónica, los moros acechan, aunque nuestro poeta soldado aún tenga palabras de ánimo para el rey portugués: «Guárdele Dios y proporcione su poder a su valor, que es el que tiene menester la soldadesca cristiana para levantarse del abismo a do va cayendo». Sin embargo, el enemigo es cuantioso en caballos y en peones y está bien mandado por un militar experto: Abdel Malik. Las tropas de unos y de otros por fin se ven las caras en el lugar que acabaría siendo el camposanto de los nuestro y que la historia llamará Alcazarquivir. Los infantes más que lusos son ilusos, gente novata, apenas preparada, que no ha visto un moro en su vida. Aldana se lamenta: «Los portugueses no tenían la rigurosa obediencia que profesa la nación española en la guerra».
Grabado de la batalla de Alcazarquivir, en el museo Forte da Ponta da Bandeira El capitán castellano viendo que todo se ponía más negro que el carbón insta a Sebastián a que abandone la batalla, porque «no quedará hoy hombre con vida de nosotros». Pero Sebastián, aunque fuera imprudente y harto osado, los tenía en su sitio. Bien puestos, y se apresta a morir como un caballero, como un valiente, como un cristiano con las entrañas bien curtidas. Y allí que los morunos lo pasaportan al lado de Dios Padre, finiquitado como un héroe, muerto en plena lid. Francisco de Aldana no le va a la zaga. Con la«espada tinta en sangre» como recordará alguno de los pocos testigos «se metió a morir matando entre la morisma y allí quedó». En tierra mora y sin cristiana sepultura per secula seculorum, carne de las alimañas quien fuera bravísimo alférez y adalid de nuestros Tercios. Allí moría el poeta y el soldado castellano, sin dar un paso atrás, peleando como un poseso, con la mano sobre la Cruz de San Andrés, la bandera de la Patria y del Imperio. El poeta Aldana nunca quiso publicar sus poesías, que bien se las guardaba nada más que para los grandes amigos. Pero su hermano Cosme tenía otras y mejores intenciones. Recopiló todo lo que encontró y consiguió hacer dos ediciones, una en Milán, en 1589, y la segunda en Madrid, en 1591. Desde entonces quedaron entre lo más florido y admirado de la lengua y la literatura españolas. No lejos del talento de Boscán, de Garcilaso, ni de los que luego vinieran con Cervantes y Lope a la cabeza. Allá, en tierra extraña, los huesos de Francisco de Aldana quedaron para la eternidad. Su orgullo, su patriotismo, su audacia, su valor de soldado español hasta los huesos jamás debemos olvidarlo. Si lo hacemos, entonces sí que Francisco de Aldana habrá muerto para siempre.
Soneto
FRANCISCO DE ALDANA
Es tanto el bien que derramó en mi seno,
piadoso de mi mal, vuestro cuidado,
que nunca fue tras mal bien tan preciado
como este tal, por mí de bien tan lleno.
Mal que este bien causó jamás ajeno
sea de mí, ni de mí quede apartado,
antes, del cuerpo al alma trasladado,
se reserve de muerte un mal tan bueno.
Mas paréceme ver que el mortal velo,
no consintiendo al mal nuevo aposento,
lo guarda allá en su centro el más profundo;
sea, pues, así: que el cuerpo acá en el suelo
posea su mal, y al postrimero aliento
gócelo el alma y pase a nuevo mundo.

 

Fuente: MANUEL DE LA FUENTEMANOLHITO / MADRID

Sevilla, 6 sep (EFE).- Una moneda acuñada en Samarcanda (Uzbekistán) hace algo más de un milenio forma parte de un tesoro hallado en La Rinconada (Sevilla), que esta compuesto por cientos de monedas del emirato omeya, lo que demuestra que Al-Andalus fue uno de los principales centros comerciales y estratégicos. Las aventuras que corriera aquella moneda desde la lejana Asia hasta Sevilla debieron ir paralelas a la del soldado que la llevara en su bolsa, a las del comerciante que acarreara exóticos productos o a las del sabio que regresara de Oriente para impartir los conocimientos allí adquiridos entre sus discípulos de Al-Andalus, ha explicado a Efe el profesor Pedro Cano. Esas eran las tres ocupaciones que justificaban hacer ese largo trayecto durante el emirato omeya (siglos VIII y X dC), aunque también pudo hacerlo de mano en mano desde el actual Uzbequistán, e incluso el actual Pakistán, atravesando Oriente Medio, y todo el norte de África hasta llegar a Sevilla puede que camino de Córdoba, la capital de entonces. Especialista en numismática y profesor del Área de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Sevilla, Cano ha estudiado algo más de 400 monedas de ese periodo halladas en los tesoros de La Rinconada, Aznalcázar (Sevilla) y Niebla (Huelva) que, halladas a principios del siglo XX, permanecían pendientes de estudio en el Museo Arqueológico de Sevilla. En otros tesoros encontrados en Carmona o El Pedroso (Sevilla) se han catalogado monedas procedentes de Bagdad y Damasco, y además Cano ha estudiado otra colección de unas 300 monedas pertenecientes al califato andalusí (siglos X y XI), las cuales, aunque acuñadas en Córdoba llevaban la inscripción "Al-Andalus" como lugar de fabricación, lo que refleja su unidad política. Cano ha clasificado igualmente monedas procedentes de Argelia y Mesopotamia, mientras que en Francia y lugares del norte de África han sido hallados dírhemes andalusíes (monedas de plata, cobre y bronce), otra muestra de los extensos flujos comerciales de Al-Andalus. Entre las monedas estudiadas por Cano no hay ninguna de oro, pero sí de plata, cobre o cobre y bronce consideradas muy raras, ya que proceden de acuñaciones de 200.000 ejemplares, cantidad muy escasa en comparación con otros años en que se acuñaban cantidades millonarias, lo que el profesor ha achacado a decisiones políticas o a escasez de materia prima. A esa escasez inicial hay que añadir el hecho de muchas de estas monedas eran refundidas para nuevas acuñaciones lo que, unido a su pérdida paulatina con el paso del tiempo, las ha hecho más raras aún. Otras piezas están rajadas deliberadamente, agujereadas o tienen recortes circulares marginales ya que, según el profesor, se ensartaban en un cordel para conservarlas o transportarlas. Los recortes a las monedas, sin embargo, se efectuaban con el ánimo de defraudar, de modo que al recortar cientos o miles de monedas se obtenía metal para fundir otras, lo que se consideraba un delito grave porque nadie salvo el emir o el califa podía acuñarlas. La acuñación de moneda no autorizada se castigaba con la muerte porque equivalía a una rebelión política por suplantar la autoridad del emir o el califa, de modo que a los rebeldes que las fabricaron en Málaga, Granada, Córdoba y el sur de Jaén se les castigó crucificándolos. La carga política y el significado de rebeldía que conllevaba la acuñación de moneda al margen de la ley era tal que, ha señalado Cano, Abd al-Rahman III no quiso o no pudo proclamarse califa hasta haber sofocado esa rebelión que ocupó buena parte de Andalucía Oriental. Durante el emirato y el califato omeya el taller de acuñación o ceca más importante de Al-Andalus estuvo en Córdoba, dentro del alcázar califal, en el espacio que ahora ocupa el Palacio Obispal.

Fuente: EFE

Nuestros hombres en América no eran tipos que se arredraran así como así. Si había que tirar de estoque, sus aceros siempre estaban prestos y afilados. Y si había gresca, allí estaban en primera línea. Pero no solo se españolizó aquella tierra a golpe de espada. Junto a los soldados hubo otros hombres que también se la jugaban, pero no con pólvora, sino el combate de la fe, armados con una cruz. Allá, en tierra extraña, primero fueron los jesuitas y, tras ellos, principalmente los franciscanos, que se dejaron media vida evangelizando aquellos lugares que hoy son la próspera y luminosa California. Entonces, allá por el último tercio del siglo XIX, apenas si había nada, pero tipos inquebrantables como Fray Junípero Serra armados con su fe y con su palabra levantaron los cimientos con sus misiones de lo que hoy son grandes ciudades como Los Ángeles, San Francisco, San Diego y Sacramento.
Un hombre pertinaz La vida de este pertinaz fraile mallorquín, llamado en su bautismo Miquel Josep (Petra, Mallorca, 1713) y su influencia en la vida de los indios y de la cultura californiana es el objeto de la gran muestra que se inauguró el día 17 en la ciudad de San Marino, concretamente en la Biblioteca Huntington, bajo el nombre de «Junípero Serra y los legados de las misiones de California», una muestra que estudia la vida y la carrera de Serra en Mallorca y España, su esfuerzo misionero en México y California, y también, como explican los organizadores, «la diversidad y la complejidad de las culturas indias de California, y las experiencias de los misioneros y los indios que vivían en las misiones».
Fray Junípero Serra, el gran capitán español de la fe Además, la exposición también se pregunta si es cierto que las culturas indígenas desaparecieron debido a la prolilferación de las misiones franciscanas inspiradas por Serra.
Relatos de los nativos La muestra también incluye relatos y declaraciones de descendientes de los nativos de las misiones, y aporta objetos como cuadros raros e ilustraciones que documentan la historia de Mallorca, la vida de Serra, el arte litúrgico católico del siglo XVIII y la Nueva España, así como varios bocetos y acuarelas que son una de los primeras representaciones visuales de California y sus nativos.
Fray Junípero Serra, el gran capitán español de la fe Según Steve Hackel, uno de los comisarios, «estas imágenes son hermosas, pero no solo eso, porque son también las representaciones etnográficas más importantes de la vida de los indios de California en los tiempos de las misiones». Los nativos también son recordados en la muestra, ya que como cuenta la comisaria Catherine Gudis, «al igual que los españoles, se trataba de personas que tenían una historia y una cultura importantes mucho antes de que los europeos llegaran allí, una historia y una cultura que se debe preservar».
Setenta mil nativos Se calcula que el número de nativos que habitaban California en aquella época era de setenta mil, y se hablaban cerca de cien lenguas distintas. Cada pueblo tenía sus propias costumbres y cultura. Fray Junípero Serra los incorporaba a sus misiones para evangelizarlos, pero este viaje a menudo se convertía en una tragedia, sobre todo por las enfermedades que mermaban a los indígenas. Serra comenzó su tarea en 1769, cuando desde España se pensaba que aquella tierra californiana podía ser ocupada por otros europeos.Ayudados por decenas de soldados fundaron primero San Diego y Monterrey, donde en 1770, Serra y Gaspar de Portolá, el gobernador interino de California, tomaron posesión de la Alta California para España. Entre los indígenas y los españoles hubo tensiones, pero también mezcla de culturas, por ejemplo en cuestiones musicales. La muestra enseña igualmente los registros sacramentales de los franciscanos, sobre bautismos, matrimonios y defunciones. Serra murió en 1784, después de la construcción de nueve misiones. Sus restos descansan en la Basílica de la Misión de San Carlos Borromeo, en Monterrey. El papa Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988.
Datos útiles

M. DE LA F.MADRID
«Junípero Serra y los legados de las misiones de California». Hasta el 6 de enero. The Huntington. 1151 Oxford Road. San Marino, California. www.huntington.org

Fuente: ABC

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