Aunque lo que le priva al rey Juan Carlos de Trujillo son los «rabos guisados de cordera» (tal cual: lo pide siempre en elParador), si está pensando en pasarse estos días por la monumental ciudad cacereña (está a un par de horas y media de Madrid) sepa que se hartará de catar, oler y hasta evaluar quesos. Es lo que toca del 1 al 5 de mayo, cuando los sibaritas de media España se citan en la feria nacional de tal manjar, con puestos rebosantes de hasta 300 variedades. El lugar concreto: su Plaza Mayor.
A las tres denominaciones de origen extremeñas (Ibores, de la Serena y Torta del Casar) se unen todo tipo de especialidades patrias y francesas, ya que el país galo es el invitado de esta edición número 28. Esté atento porque, entre tanta oferta, se agolpan algunos de los mejores quesos del mundo. Es el caso de la Torta de Trujillo de la finca Pascualete, distinguida en losWorld Cheese Awards de 2011. Y no sólo eso: el mismo Ferrán Adrià la tiene entre sus quesos preferidos, con hueco propio en la carta de postres de su restaurante Tickets barcelonés... a falta de Bulli.
El país invitado de la feria este año es Francia.
El precio del invento: 0,50 euros la porción. Si quiere llevar su bota de vino (es lo que hacen propios y extraños), bien. Si no, los maestros queseros se encargarán de montarle el maridaje. Luego hay talleres, concursos, catas, menús, promociones... Todo en la Plaza Mayor, en torno a la efigie ecuestre de Francisco Pizarro y donde antes estaba la Picota de la Inquisición. Porque Trujillo es, ante todo, coto de conquistadores. Al de Perú (y sus hermanos) se unen Francisco de Orellana (descubrió el Amazonas), Francisco Becerra (autor de las catedrales de Lima, Puebla o Cuzco) o Diego García de Paredes, el Sansón extremeño, citado en El Quijote.
No en vano, Miguel de Cervantes hizo parada en Trujillo varias veces, durmiendo en el Palacio de Orellana-Pizarro, uno de tantos que se levantaron en la Plaza Mayor y aledaños durante el siglo XVI gracias a las ganancias obtenidas del Nuevo Mundo. Ejemplos: el de los Duques de San Carlos, los Marqueses de Piedras Albas, la Casa de los Alvarado, de la Cadena... Basta echar un vistazo a las callejuelas empedradas y los soportales para palpar el esplendor que hubo entonces, traducido en escudos, azulejos, frescos, pórticos de medio punto, mamposterías y columnas salomónicas.
Patio del Parador de Trujillo levantado sobre un antiguo convento.
La lista arquitectónica la completan iglesias, conventos, torreones y alcázares como el de los Chaves, donde dicen que surgió aquello de «tanto monta, monta tanto». Y es que los Reyes Católicos dormitaron en él. Muchos de estos edificios albergan restaurantes, hoteles de lujo, fundaciones y museos. Entre éstos destaca el del Traje (con piezas de Balenciaga, Dior, Imelda Marcos o Isabel Pantoja) y la casa-museo de Pizarro, donde nació. Ubicado en la zona alta, supone una inmersión en la época de la Colonia, con datos puntuales de lo que se comía y vestía, delAmazonas, del Trujillo peruano... El palacio familiar (o de la Conquista) se levantó luego sobre las antiguas carnicerías, en el centro. Y ahí sigue.
El castillo de Trujillo, situado en la parte alta de la ciudad.
El resto de Pizarros se expandió por los alrededores, en el pueblo de Alcollarín, por ejemplo, a 20 minutos (ver Qué hacer en la guía derecha), donde se alza su palacio entre la dehesa extremeña. De vuelta a la parte alta de Trujillo, sobre el cerro Cabeza de Zorro, oteamos otro castillo en ruinas, de la época musulmana (como la muralla) y lo primero que se ve al llegar en coche. Ya lo dijo Miguel de Unamuno: «Dimos vista a Trujillo. La masa de sus torres y sus ruinas se recortaba sobre el cielo». Y: «Es Trujillo una ciudad abierta, clara, confortable, regularmente bien urbanizada, apacible y que da una cierta sensación de bienestar de hidalgo campesino».
Las cigueñas son uno de los símbolos eternos de la urbe extremeña.
La urbe extremeña pasó también por su momento celta (con el castro de Turcalion), romano (Turcalium, dependiente de Augusta Emérita o Mérida) y medieval (de Torgielo a Truxillo), cuando obtuvo el título de ciudad por obra de Juan II (1430). De todo queda un poco, incluidas esas calles refinadas con nombres degremios arcaicos: Zurradores, Herreros, Cambrones, Olleros, Tintoreros... Historia viviente trufada, estos días, de queso y más queso.
Fuente: Extremadura