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El arquitecto de Jerez de los Caballeros Modesto García Méndez y su compañera Isabel Amores Sánchez, ambos fundadores del estudio ISMO arquitectura, han merecido el Premio Ateneo-Universidad de Málaga 2015 por su proyecto del Jardín Botánico de Nerja. El Ateneo de Málaga y la Universidad de Málaga convocan anualmente un premio para galardonar las obras más destacadas en diferentes disciplinas artísticas de autores de la provincia de Málaga, siendo ésta la primera vez que se incluye la categoría de Arquitectura, según publica la revista “ON Diseño”, para dar a conocer las obras y trabajos más destacados realizados en Málaga capital y en su provincia. El Jardín Botánico, situado en el Parque Natural de las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama, junto a la Cueva de Nerja, “es un caso paradigmático del papel de la arquitectura en la conformación de lugares y pasajes”, según recoge la citada publicación, en la que además se destaca que “llevarse este reconocimiento no era fácil ya que podían participar en la convocatoria todas aquellas obras construidas en el período 2005-2015”. Modesto García Méndez e Isabel Amores Sánchez, son autores también del proyecto de restauración y adecuación de la casa natal de Vasco Núñez de Balboa (descubridor del Océano Pacífico), en Jerez de los Caballeros, como centro de interpretación “vivo”, “multidisciplinar” y “multifuncional”, según expresaron ambos arquitectos en la presentación del citado espacio en 2011.

Fuente: HOY

Los artistas pacenses Pedro Casero (fotografía), Jorge Juan (pintura) y José Hinchado (escultura) vuelven a juntarse como cada fin de año desde hace cinco con el objetivo de acercar su arte al gran público con una colección de 10 obras cada uno, de las que pueden realizarse 10 copias idénticas de cada una de ellas. Esta edición está dedicada al concepto 'Rosebud', el nombre del trineo de la infancia que nunca olvidó Ciudadano Kane, un hombre que lo tuvo todo pero que se consoló en el momento de su muerte pronunciando esa palabra para regresar al recuerdo más feliz e íntimo de su vida. Cada obra mostrada por tanto en esta exposición «es un Rosebud, un lugar entrañable e íntimo, tan ligado al recuerdo que bien podría ser el más profundo referente personal, el más identificativo" explica Pedro Casero. "Esta exposición, a través de todas y cada una de sus obras, pretende que cada cual indague y trate de identificar su Rosebud, como cada obra en sí es el Rosebud imaginario de múltiples imaginarias personalidades a través de la acción concreta de sus autores", añade. Las piezas de Pedro Casero son impresiones fotográficas con pigmentos minerales sobre papel; las de Jorge Juan son grabados, y José Hinchado trabaja con piezas en marmól y acero. La exposición, situada en la calle Santa Lucía, nº10, permanecerá abierta durante todas las Navidades hasta Reyes, y podrá visitarse de lunes a sábado, en horario de 20.30 22.30 horas, excepto domingos y festivos, que permanecerá cerrada.

Fuente: HOY

El novelista Luis Morales (Cáceres, 1971), todo un experto en Fernando Pessoa, como lo demuestra la antología del “Libro del desasosiego” que ofreció el año pasado con el título de “Un día en la (no) vida de Bernardo Soares (editorial Funambulista), da un paso más allá y convierte al poeta portugués en personaje. “Un amor como éste” es la novelización de la vida del Pessoa que conoció al que sería el amor de su vida, el único, que no concluyó en nada firme pero que fue determinante en la vida de ambos; del gris oficinista Fernando Pessoa, que guardaba sus miles de escritos en un baúl del que aún salen maravillas, y de Ofélia Queiroz (1900-1991). Se conocerían en 1919, en las oficinas de la Baixa lisboeta cuando, con sólo diecinueve años, ella entraba a trabajar como mecanógrafa en una empresa en la que él –con treinta y uno– era traductor de correspondencia comercial. Morales, perfectamente apoyado en todo tipo de documentos literarios, epistolares y testimoniales, recrea el vínculo amoroso que los unió, desde que al parecer Pessoa, en un ataque de pasión irrefrenable, besó a Ofélia en la oficina. La novela, así, se puede leer también como una biografía doble, como una crónica de años convulsos en la cultura y la política lusas, y una manera, en definitiva, de ver imbricados los poemas y mensajes amorosos de la pareja en un relato narrativo que va enmarcado de un prólogo y un epílogo informativos. La relación, nos cuenta Morales, dudaría hasta noviembre de 1920 y, tras nueve años separados, volverían a verse, aunque sin que ello diera mayores frutos. Pese a todo, Ofélia seguiría en contacto con Fernando hasta la muerte de éste, en 1935.

La secretaria que enamoró a Pessoa El libro, de esta forma, tendrá dos tipos de lectores potenciales: el interesado en ver condensada la vida de Pessoa con el enfoque amoroso mediante la fluidez de una novela, y aquel que desee saber con sencillez datos rigurosos de lo que aconteció en aquellos años en torno a un escritor que, en 1908, sembró “las semillas de los heterónimos” (Soares, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, etc.) con los que despertaría décadas después el asombro de estudiosos de todo el mundo, además de rechazar prácticamente publicar (Morales explica tal decisión con la voz de su protagonista de manera convincente). “Un amor como éste”, finalmente, bebe de las cuarenta y ocho cartas de Pessoa a su amada que se publicarían en 1978, “en una edición precedida de un relato aclaratorio de la propia Ofélia, septuagenaria por entonces”; la sorpresa es que aparecerían las de ella a él, primero en 1996, es decir, póstumamente, y luego, con el añadido de otras cuantas inéditas en el 2013.

 

Fuente: La Razón

"Era un dictador, porque concentrar los tres poderes va contra el principio liberal y democrático de la separación del poder", comenta el catedrático de la Universidad de Extremadura (Uex) Enrique Moradiellos sobre la figura de Franco, a propósito de la exposición que ha organizado el departamento de Ambito Social del centro Maestro Martín Cisneros y ha elaborado un equipo de investigación de la Uex, compuesto por 11 personas y dirigido, precisamente, por Moradiellos. La exposición, elaborada con motivo del 40 aniversario de la muerte de Franco y que se puede visitar hasta el próximo 22 de diciembre en el centro Maestro Martín Cisneros, consta de cuatro paneles estructurados en las diferentes etapas de su régimen dictatorial. "Hemos hecho un estudio de la figura de Franco en su condición de Caudillo, que es un título jurídico oficial que englobaba todos los poderes: el militar, el político y el religioso. La exposición trata de presentar de una manera muy sintética y divulgativa el periplo de la vida de Franco entre el año 1936, cuando accede al poder, y 1975, cuando muere por fallecimiento natural". En ese sentido, el objetivo de la muestra, apunta Moradiellos, es "reconocer la vida de Franco y la historia de España a lo largo del régimen dictatorial que él presidió para un conocimiento ecuánime, más solvente y menos mitificado. No fue el Caudillo soberano de España ni tampoco un tonto al que apoyaron Hitler y Mussolini y simplemente tuvo suerte. Es imposible gobernar 40 años solo con suerte. Era un general muy reputado en su campo".
Evolución física Así, a través de la exposición se puede ver la evolución física de Franco en imágenes. "Cada una de las épocas de la historia franquista tiene una fotografía que es la que queremos señalar. Está la foto oficial de cuando tomó el poder en 1939, vestido como un gran militar conquistador; hay otra imagen, ya en los años 60, en la que aparece vestido como civil, un hombre que parece más un dictador paternal; o la última foto, que pertenece a uno de sus últimos discursos, ya con 83 años. Muy envejecido, con un párkinson terrible y una voz muy afectada". Además, la exposición solo es el principio de los resultados que ofrecerá el estudio de investigación denominado 'Las caras de Franco' que esta llevando a cabo, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad de la Dirección General de Política Científica del Gobierno de España, el equipo liderado por Moradiellos desde el pasado 2012. "La muestra es solo una actividad de difusión del conocimiento de lo que llevamos recabado. El estudio todavía esta en marcha. De hecho, próximamente saldrá un libro que recoge las investigaciones más en profundidad".

Fuente:  El Periódico Extremadura.

A veces, en la alta noche, sueño que estoy en casa de Santiago Castelo, en su biblioteca de anaqueles que trepan hasta el techo, arrimando un azucarillo a la jaula de su canario Wamba; y de repente, me sobresalta su vozarrón, restallante como un clavel de sangre, llamándome desde la cocina: -¡Niñoooooooooo! Y vuelvo entonces el rostro y aparece ante mí otra vez Castelo en mangas de camisa; aparece otra vez ante mí su sonrisa sensual, su sotabarba de goliardo, sus ojos de brillo zangolotino, su barriga oronda de hombre al que el corazón no le cabe en el pecho y ha encontrado allí su nido. Aparece otra vez ante mí el amigo desvelado en el que poesía y humanidad formaban una alquimia anhelosa de brindarse. Y corro hacia él, lo abrazo con alborozo y atolondramiento (nuestras barrigas chocando como dos trompos borrachos) y reposo mi rostro sobre su hombro, para mojarlo de lágrimas de dicha. Y entonces despierto, descubriendo que lo que yo creía su hombro es en realidad la almohada; pero convencido de que algún día volveré a abrazar su cuerpo de muchas arrobas, cuando llegue la resurrección de la carne que nos ha sido prometida.
Fiebre oscura Santiago Castelo era, por encima de cualquier otra consideración, un poetazo como ya quedan pocos, habitado de palabras capaces de nombrar por igual la memoria exultante de la infancia y la fiebre oscura del deseo, la dulce melancolía de su tierra extremeña y la trémula emoción religiosa. Santiago Castelo entendía la poesía –y, por extensión, la propia vida– como un albergue hospitalario en el que nadie se arroga derecho de admisión; y en las infinitas piezas de ese albergue cohabitaban las pasiones más francas y ardorosas, las melancolías más ensimismadas, los dolores más aquietados o turbulentos. Santiago Castelo vivía en himeneo perpetuo con la poesía, la amaba de día y de noche, la gozaba hasta fundirse en su más recóndito latido. Y este maridaje lo lograba, como Rubén, siendo muy antiguo y muy moderno a la vez, entendiendo que la novedad de la poesía sólo se alcanza acatando el magisterio de la tradición; y así, desdeñoso de modas cambiantes y efímeras, llegó a cuajar algunos de los poemas más delicados e intensos de nuestro tiempo, sostenidos en el difícil equilibrio de la emoción más pura. No hace falta sino asomarse a «La sentencia», el magistral y sobrecogedor libro que concluyó apenas un par de meses antes de su muerte, su testamento poético y vital. Este poetazo descomunal fue también la persona que mejor ha encarnado el espíritu de ABC Y este poetazo descomunal fue también la persona que mejor ha encarnado el espíritu de ABC. Castelo, que se enroló en la redacción de este periódico cuando todavía vestía pantalón corto, sirvió durante más de cuatro décadas a tres generaciones de la familia Luca de Tena, como un escudero fiel que nunca abandona a su amo. Hasta el despacho de Castelo en ABC, «confesionario laico» donde todo desconsuelo encontraba su bálsamo, peregriné cientos de veces, para susurrar confidencias compungidas y aliviar mis angustias más secretas. Y muchas veces, mientras vaciaba de penas mi corazón ante el amigo desvelado, pensé que tal vez él padeciese tribulaciones más hondas que las mías; pero Castelo sabía siempre tragarse sus penas, para desvivirse por quien acudía en busca de su auxilio, como se acude en busca de una fuente, en medio del verano sin sombra.
Amor inmarchitable Y es que Santiago Castelo caminó por la vida como un ariete de abnegación y generosidad, derramando a su paso un torrente de dones verbales, desde el piropo improvisado al epigrama fulgurante de inteligencia, pasando por el consejo de sabiduría discreta. Recuerdo que, en una de mis últimas visitas al hospital en el que lentamente se desvanecía, me miró de súbito y me solicitó, apremiante: «Juan Manuel, pregúntame cosas sobre ABC, que no quiero irme sin que lo sepas todo». Y vaya si lo supe todo; y en cada palabra que salía de sus labios marchitos de fiebre palpitaba un amor inmarchitable del tamaño del universo, que era el tamaño exacto de su corazón. Todo ese amor lo llevo dentro de mí mientras escribo estas líneas, borrosas de las lágrimas y de recuerdos en turbamulta. Y a mis labios acude un breve poema de Castelo, dedicado a la sagrada memoria de su madre: «Viviremos / en aquellos que siguen nuestros pasos, / el nuevo niño, la boca que en el beso / busca morder la niebla y el estío... / Viviremos en albas y en ocasos / y nadie notará nuestro regreso: / la misma agua seremos de igual río...». Y es que, en efecto, nuestro amor no se extingue cuando morimos, sino que impetuoso sigue viviendo «en aquellos que siguen nuestros pasos», anegándolos con esa discreción furtiva que tiene el agua de un río. El amor, así, se hace más fuerte que la misma muerte, más cierto que la misma carne, para devolver a la vida a las personas que hemos amado. Y tú, querido José Miguel, que amaste mucho, seguirás vivo entre los amigos que no te olvidan y aspiran a llorar de dicha sobre tu hombro, allá en la resurrección de la carne.

Fdo. Juan Manuel de Prada (ABC)

Cuando un clérigo da lugar a un escándalo se aparta del mundo con discreción y se dice que lo hace para dedicarse a «altos estudios eclesiásticos». A este eufemismo vaticano que protege, por ejemplo, a sacerdotes acusados de pederastia, recurrió Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927) cuando en 1955 se apartó del mundo literario y renegó de su éxito. Abominaba de 'Alfanhuí', del 'bombazo' de 'El Jarama', y pretendía apartarse de los focos. «Durante 15 años me sumergí en la gramática y la anfetamina», explica el gran narrador y ensayista que huyó del «grotesco papelón del éxito» sin dejar de escribir como un poseso y atiborrado de anfetaminas. «A mí no me hizo falta ningún obispo que me retirase, sino que me bastó con el inmenso genio de Karl Bühler -autor de 'Teoría del lenguaje'- y la irresistible sugestión teórica y expositiva de su obra para apartarme de la circulación y dedicarme a los 'altos (o bajos) estudios gramaticales' durante quince años. Nunca me lo he pasado mejor», explicó Ferlosio en 'La forja de un plumífero', su único texto autobiográfico. Y a este relato se remitió, más de medio siglo después, para presentar ayer en conversación con el filósofo y antropólogo y «cómplice intelectual» Tomás Pollán (León, 1948) 'Ensayos I. Altos Estudios Eclesiásticos' (Debate). Es el primero de los cuatro volúmenes que en año y medio recogerán todos sus ensayos y artículos. Son la punta del iceberg de las decenas de miles de páginas que a caballo entre la gramática, la filosofía y la política escribió Ferlosio, Premio Cervantes 2004 y considerado el prosista y ensayista más capaz y brillante de las letras españolas. Son los escritos de su «época gloriosa» y «no deberían asustar», advierte Ignacio Echevarría, crítico y editor de las cuatro entregas del gran desafío que son estos 'Ensayos reunidos'. «Ferlosio es un excelente gramático que nunca actúa exclusivamente como tal. La gramática le sirve como marco para otros temas», apunta Echevarría, que completará la ambiciosa recuperación editorial con 'Gastos, disgustos y tiempo perdido', 'Entre Escila y Caribdis' y 'Babel contra Babel'. Se pone así orden en un magma de escritos muy diversos, algunos inencontrables, surgidos de la torrencial escritura de Ferlosio a lo largo de muchos años. El casi nonagenario escritor mantiene un discurso vivo, caudaloso y con tantos meandros como sus textos y su pensamiento. Dio prueba ayer de su portentosa memoria en una conversación con Pollán solo apta para filósofos avezados. A velocidad de vértigo, atropellándose a sí mismo, pasó Ferlosio de Saladino y los martirios de San Vicente y San Esteban a Calvino y Max Webern, de Turgéniev a los primitivos poetas arábigos, de Deleuze a Newton o Leibniz, de Hegel a Anaxágoras. De categorizar ángeles y espíritus, a hablar de predestinación, 'otreridad' y apocatástasis, o a recordar cómo los jesuitas instaban a los críos en el colegio «a no tocarnos la pilila para no condenarnos». Ilustró sus argumentos con citas en latín y griego y poemas cuyos versos buscó y halló con esfuerzo en lo más hondo de su portentoso cerebro. «El triunfo final del bien sobre el mal es un tópico de muchas religiones», dijo al abordar el concepto de 'victoria final' que recoge en sus ensayos. En este primer volumen recoge los escritos más ligados a los años de dedicación a la gramática: 'Las semanas del jardín', 'Guapo y sus isótopos', las 'Glosas castellanas' y la traducción y notas del 'Victor de l'Aveyron', de Jean Itard, que se recupera tras más de veinte años.

Fuente: HOY

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