Nunca olvidaré la aciaga tarde del 29 de mayo, víspera de san Fernando, que me llegaba a las 19:35, el primer correo dando la noticia de que había muerto José Miguel Santiago Castelo. Sabíamos del estado crítico de su salud desde hacía algo más de un año, pasó por crisis extremas que con lucha fue superando, pero esta vez la muerte le ganó la partida y Extremadura se quedó sin su José Miguel Santiago.
Los emails se sucedieron rápido, llegaban amontonados y yo los remitía a otros amigos comunes para dar la triste noticia que se acabó confirmando. Nunca vi tanto interés en saber la (dudosa) hora y el lugar de los funerales hasta que pude contactar con la parroquia de Granja de Torrehermosa donde me aseguraron que el entierro sería allí, a las 16:30 del domingo 31 del tórrido mayo.
Asistimos al sepelio un grupo de bibliófilos amigos pertenecientes al Fondo Cultural Valeria de Campanario, Maruja, Amparo, Zacarías, el expresidente de UBEx Bartolomé Miranda Díaz, y el que suscribe; de la Serena y Vegas Altas fueron llegando otros amigos: Manuel Núñez, concejal de Cultura de Don Benito, que además representaba a su alcalde, Mariano Gallego, gran amigo del finado y tristemente fallecido unos días después; le acompañaban los poetas Antonio Reseco, Juan Ricardo Montaña, Lucía Mera y su hijo, el joven poeta Carlos García Mera que tantas noches dio compañía a José Miguel, el maestro amado, amenizando la soledad de las largas, eternas noches de hospital. Allí estuvieron sus compañeros académicos, Carmen Fernández-Daza Álvarez que ya no podrá leer su discurso de ingreso en la Academia en presencia de su querido Castelo, como tanto anhelaba; Feliciano Correa, todavía presidente de los cronistas extremeños, Manuel Pecellín y Cintia, Pizarro, Luis Garraín Villa, Paloma Morcillo, concejala de Cultura de Badajoz. El presidente Monago y la consejera de Cultura Trinidad Nogales, así como el expresidente Ibarra y el exconsejero de Cultura Paco Muñoz.Tampoco podía faltar el director de la Biblioteca de Extremadura, Manzanares…, pero, sobre todos, destacaba un hombre callado, atento y compungido, su fiel y eficaz chófer, amigo Rafael, del que me despedí, en la calle San Francisco del cementerio, con un silencioso abrazo. Allí quedaba, junto al de sus padres y al de su hermana Lola, el cuerpo inerte del querido José Miguel. En silencio salimos del cementerio echando una mirada de reojo a los versos de Manuel Machado plasmados en la pared de la galería de entrada a instancias de nuestro querido Santiago. También estuve con mi compañero Sebastián Cano, esposo de María Luisa Martínez, sobrina del amigo fallecido, con quien tantas veces en el instituto de Campanario, donde coincidimos unos años y sobre lo extraordinario de la personalidad de José Miguel, tanto habíamos hablado. A la condolencia acudieron numerosos familiares ygranjeños amigos que tal vez pensarían en la sangría de ilustres paisanos en pocos años: Francisco Tejada, Lola Santiago (La hermana muerta), Lorenzo Medel y, ahora, José Miguel Santiago. Descansen todos ellos en paz.
De los galardones logrados en las diferentes facetas de su vida estaríamos escribiendo no sé hasta cuando, por lo que sólo diré que en todas ellas fue un triunfador nato por su capacidad, por su seriedad, por su saber estar, por su saber tratar a la gente, por su generosidad, por su amabilidad…Como poeta obtuvo numerosos premios, desde el Fastenrath, de la Real Academia Española, obtenido en 1979 con el poemario Memorial de ausencias; el nacional Gredos le sería otorgado por La sierra desvelada; el Julio Camba, premio nacional de periodismo lo logra en 1993. A título póstumo ha logrado el XXV Premio de Poesía “Jaime Gil de Biedma”, con un poemario que, según Juan Manuel de Prada, comenzó a escribir cuando le diagnosticaron que tenía cáncer.
Fue subdirector de ABC desde 1988 a 2010; en la actualidad era Presidente del Consejo Asesor Editorial.
Medalla de Extremadura en 2006 y Presidente del Centro Unesco de Extremadura que él fundó.
Para su ingreso en la Real Academia de Extremadura, en la que ejercería de director desde 1996, en 1989, aporta el ensayo Paisaje y poesía. En el mismo año, otro ensayo, El silencio sonoro, sería el discurso de recepción en la Academia Cubana de la Lengua.
Numerosas han sido las plumas autorizadas que han escrito en la prensa sobre José Miguel con motivo de su triste fallecimiento, Antonio Burgos, Juan Manuel de Prada, Álvaro Valverde, Feliciano Correa, Carlos García Mera, Soledad López-Lago…, principalmente, como es lógico, en los diarios extremeños y en la considerada su casa, en ABC. Yo voy a contar algunas de las vivencias que tuve con este hombre tan extraordinario desde que le conocí en Trujillo en 1996, motivando, desde un principio, una empatía y un gran aprecio conesta persona tan excepcional de la Campiña del incipiente Zújar que, tras saludar con sus aguas a los vecinos cordobeses, llega a la Serena para ser engullido por el Guadiana.
Se celebraba el “Día del Bibliófilo” y, después de escuchar a Caballero Bonal en la casa de la Coria, fuimos a comer al parador de turismo trujillano. Coincidimos en la misma mesa mi sobrino Bartolomé Miranda Díaz, Rafael, chófer de José Miguel y yo; Rafael nos aseguró no ser necesario ningún introductor de embajadores para conocer a Castelo y entregarle unas poesías escritas por mi sobrino. Desde un principio nos cautivaron su cordialidad, su simpatía, su bien timbrada voz, la confianza y la nobleza que transmitía.
Al poco tiempo nuevo encuentro en Don Benito, localidad a la que acudía con frecuencia por los muchos amigos que tenía, llegó para presidir el jurado del premio nacional de periodismo “Francisco Valdés”, en esta ocasión le entregué, en nombre del Fondo Cultural Valeria que presidía, los cinco volúmenes de la enciclopedia “Campanario”, recientemente editada por Valeria (2003).
Se aproximaba el año 2005 y nuestro fondo cultural cumpliría veinticinco años, pensé en él como la persona idónea para presentar la revista que íbamos a editar para conmemorar el evento. En cuanto se lo propuse, no sólo aceptó, sino que me indicó los cauces para que no resultase oneroso el acto para las flacas arcas del Fondo Cultural Valeria. Así, el 16 de diciembre, de manos de Santiago Castelo, se llevó a cabo la presentación de la revista conmemorativa de los veinticinco años del nacimiento de Valeria que incluía en sus páginas unos versos de su autoría dedicados a mi persona: Orillas del río Ortigas / sueños de amanecer / vino esa flor a nacer / entre encinares y espigas…/ Del pan las mejores migas / de la cultura extremeña, / lirio en la más clara aceña / del pensamiento …A lo lejos, / Campanario, y unos dejos, / muy claros, de luz risueña.
Unos días después, recibía una misiva suya en los siguientes términos: Querido Bartolomé: Quiero reiterarte mi profundo agradecimiento por todas tus atenciones en las inolvidables horas que pasé con vosotros en Campanario. Fue un acto bellísimo, cuajado de generosidades. Da las gracias a todos los que te ayudaron a organizar tan magnífico acto y tú recibe, con mis mejores deseos en estas fiestas navideñas, mi admiración, mi gratitud y mi cariño. Con un fuerte abrazo. Santiago Castelo.
Era su estilo generoso, te solucionaba el problema y te daba las gracias.
También en Campanario, el día 30 de noviembre de 2009, se hacía público el nombre del ganador del XII premio de Investigación Bibliográfica “Bartolomé José Gallardo”. Era complicado que aceptase ser el presidente del jurado por falta de tiempo, pero supo arreglarlo para darnos esa satisfacción y, esa noche de San Andrés, estuvo al frente del tribunal para leer el acta en la que se daba el nombre del ganador.
En Villanueva de la Serena, en una velada de poetas extremeños, le presente a un amigo rapsoda de Campanario, José Huertas, de oficio agricultor, que puede recitar de memoria la obra completa de Chamizo y Gabriel y Galán, la mayoría de las fábulas de Iriarte, Samaniego y del mismo Esopo, así como el Romancero gitano de Lorca. José Miguel entusiasmado (porque le entusiasmaban las cosas de la gente sencilla), prometió enviarle un ejemplar de su Antología Extremeña y José prometió recitarle cualquiera de los versos del libro cuando se volviesen a encontrar. En la sede del hogar extremeño de Madrid, que visitamos un grupo de Campanario, Don Benito y Villanueva de la Serena, estaba anunciada la presencia de José Miguel, pero no pudo asistir por los muchos quehaceres, no obstante, José, contó el compromiso adquirido y enseguida se escuchó de entre el público una fuerte y recia voz que anunciaba “¡aquí está su padre!” Pues va por usted le replicó el de Campanario. Grande fue la alegría expresada por Castelo cuando se lo refirió su padre y así me lo confesó él en uno de nuestros encuentros.
De Ahillones, se quedó por averiguar si unos versos publicados en la revista Ahillones de 2009, recitados por una señora muy mayor, Victoriana Delgado Guerrero, que aseguraba eran de Manuel Machado, el poeta favorito de José Miguel, verdaderamente eran de él. Los datos sobre la estancia de Machado en Ahillones se los debo a la generosidad del pailón y colega don Antonio Marín Guerrero que, con la ayuda de su madre, los ordenó y con sumo agrado me los ha facilitado. Parece que Manuel Machado preveía esta situación cuando escribió:
CUALQUIERA CANTA UN CANTAR
Hasta que el pueblo las canta, / las coplas, coplas no son; / y cuando las canta el pueblo, / ya nadie sabe el autor. / Esta es la gloria, Guillén, / de los que escriben cantares: /oír decir a la gente / que no los ha escrito nadie. / Procura tú que tus coplas / vayan al pueblo a parar, / aunque dejen de ser tuyas / para ser de los demás. / Que, al fundir el corazón / en el alma popular, / lo que se pierde de nombre / se gana de eternidad.
Ya sabíamos que este poeta estuvo en este pueblo de la Campiña Sur, donde dedicó un ejemplar de La Lola se va a los puertos a doña Luisa Durán Laguna, hija de don Luis Durán, cuya hermana doña Matilde casó con don Narciso Maesso; en esta casa se alojaba el poeta con su esposa, doña Eulalia Cáceres, a quien siempre acompañaba su hermana Carmen. Esta casa, una sola entonces, estaría formada por las pertenecientes, hoy en día, a las familias Muro-Ruano, Castillo García y Barthe-Céspedes. Por las explicaciones de Antonio Marín, los nombres de los protagonistas de La Lola se va a los puertos, coincidentes con los pailones de la época, los topónimos, estereotipos lugareños y la descripción de algunos paisajes, invitan a pensar que, al menos parte de la obra, se debió escribir en Ahillones.
Otra faceta de José Miguel era su mesurada afición por el buen vino, pero, sobre todo, por el pitarrero, en botella reciclada o en esa frasca que trae aromas de pueblo, de paredes encaladas, de pasillos empedrados, de Cristo en la Campiña… Por Navidad, pitarra para brindar desde la distancia, con el Pedro Ximéneztradicional y, a veces, con ese extraordinario tinto de Garnacha, Graciano y Tempranillodel “Majadal del Doctor”. También me dedicó un poema por haberle dado a probar la mejor pitarra del mundo.
Prototipo de este tipo de vino, podía ser el de la bodega de Antonio Marín Guerrero y el que se expende enLa Bodega de Juan Rodríguez Guerrero. Con sus mesas camillas, su aperitivo acarreado de casa, sin cerveza, sólo vinode pitarra,donde, no ha mucho tiempo, losparroquianos,fichados por el bodeguero, con fotografía incluida y expuesta en el lienzo de uno de los muros bodegueros, hablaban, que no es poco. Entre las mesas camillas, disfruta Antonio Ventura Díaz Murillo, junto a su tío Juan, ayudándole a descorchar los refrescos los fines de semana. Alguna vez te describí este pintoresco lugar y querías conocerlo por curiosidad. ¿Cuánto habría dado de sí esta escena tabernera con tu observación y tu pluma?
Descansa en paz mi querido amigo José Miguel Santiago Castelo. En las paredes de estas bodegas colgaré algunos de tus versos hasta que se reciten en el pueblo, sin que se olvide el autor, y si averiguamos si los versos que en su día te envié, son o no de tu don Manuel, al viento lo lanzaré para que te llegue el eco de mi voz.
Campiña Sur del río Zújar, verano de 2015. Bartolomé Díaz Díaz (Cronista Oficial de Campanario).